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20 de Noviembre 2005

(Sin título)

uento: Volví a escribir sin nada personal totalmente aparente. No sé, no tuve tiempo ni ganas de leerlo (aunque es muy corto) así que no más lo pongo para a ver si alguien opina.

Murió.
Se arrepintió.
El arma ya estaba a punto de ser disparada; quitada suavemente de su placentero reposo de años en un roto cajón del aparador que se encontraba al lado del colchón que funcionaba como la antigua cama que supo yacer en el mismo lugar. Las manos estuvieron temblorosas, indecisas, antes de cometer tan violento acto de irrupción hacia la quietud de otro objeto. Y sin embargo supieron actuar todo en su debido momento, como guiadas no por ellas, sino por algo superior (no, no superior, sino que simplemente regía sobre ellas).
Llegó cansado al final de la escalera. Entró corriendo a la habitación pues el miedo no se había ido. Tanto asustado de lo que iba a suceder como asustado de lo que había sucedido. Primero que nada, por todos esos años que había perdido en “eso”... tanto tiempo que pudo haber usado para mejorar su vida, dejados de lado tan sólo por una satisfacción que sabía que no era verdadera mas que tenía miedo de dejar. Perdió tanto, no sólo físico como pueden ser los objetos que supieron amueblar su casa, sino también mental... (y aquí viene la segunda causa de su miedo) seguro que aquel monstruo no lo había visto porque existía sino tan sólo porque él quería que existiese.
Las escaleras parecían interminables de subir. Se veía la luz al final que provenía de la ventana todavía abierta de su cuarto. Por más que daba un paso, el otro pie parecía que se atrasaba al mismo tiempo. Un calor lo abrumaba... las lágrimas le caían suavemente y eran refrescantes. No se atrevía a girar la cabeza: quizás algo lo estaba aferrando y él no lo notaba; quizás era aquel “objeto” que él mismo había creado. Pero que él lo haya creado no significa que fuera manejable. Cualquier cosa nos puede matar.
Intentó él llegar lo más rápido que pudo a las escaleras, pero estaba haciendo demasiado ruido. Seguro se iba a dar cuenta. Empezó a caminar suave, puesto que aunque hubiera alfombra, ésta estaba tan rotosa que las maderas eran las que se pisaban. Fue en ese momento de ralentizar su paso cuando vio la sombra de aquel horror asomarse por la puerta... los gritos de los niños ya se habían apagado; ahora sólo restaba el último fin de la bestia: él. Apresuró el paso otra vez y empezó a subir la escalera.
(Me escondí rápido detrás del sillón... si salvara a los niños seguro que también moriría yo. O era yo el sobreviviente o no era nadie. Tenía que dejarlos. ¿Por qué los dañaría? Quizás porque son el fruto de la unión con mi esposa... algo que tanto odia. Quizás por la tortura que ellos han hecho, que ellos han creado, sabiendo. Quizás por su traición tan abierta y directa. Pero lo más seguro es que sea por su condición de hombres que crecerán tal como yo lo he hecho... ¿realmente habré actuado tan mal como dicen? Mientras no miraba, me pude escapara hacia el otro salón.
¿Por qué viene armada? Tengo que salir rápido de la casa... no le puedo dar la satisfacción de matarme... ¡Los niños! Los veo... ya se puede decir que están muertos, no los puedo salvar... me tengo que escapar de alguna forma.)
Su esposa entró a la casa... estaba armada. Se reía.

Envinyatar: 6:11 PM | Comentarios (3)

19 de Octubre 2005

Recuerdo de mi hijo

uento: Este cuento es uno de esos que vienen y se van rápido. Pensás algo, lo ves escrito y lo pasas al papel. Y ahí queda... no siempre quedan muy bien, pero este es uno de esos de lo cuales puedo decir que me gustan.

Querido niño,
Todavía no sé por qué empecé a escribirte esta carta. Supongo que me emocioné demasiado. Seguro que todavía cuando yo te lea esto no puedas ni escuchar; y sin embargo, yo sé que me vas a entender. Lo he pensado y realmente no sé qué escribirte. ¿Qué se le puede escribir a alguien que sabes que no va a poder escuchar ni leer? Y sin embargo sigo poniendo letras en estos suaves papeles.
No pienses que estoy loco. En serio. He estado pensando mucho antes de hacer esto, y me he dado cuenta que sería lo mejor; sobre todo después de mi Error; ya te enterarás de él más tarde. Ahora pensaba escribirte de la vida, para que así puedas saber lo qué es.
Es muy difícil de explicar. Diría yo que es una mezcla de sentimientos, un conjunto de diferentes pensamientos unidos con distintas emociones de tal forma que se logre una armonía tal que todos la disfrutemos. Así la vida es la muerte, como la vida es el vivir. Si pasáramos siempre felices, no viviríamos; vivir contiene tanto al sufrimiento como a la felicidad, tanto a la luz como a la oscuridad. Se podría decir que eso es la vida, la diferencia igualada y comparada. Sin embargo, eso nunca lo definiría bien. Eso también podría definir al universo y no sólo a la vida. La vida es mucho más. Tantos sentimientos, tantas creencias, tan pocas certidumbres. Por esas razones en la vida probamos e intentamos. Hacemos algo y lo logramos; no hacemos algo (o hacemos algo mal) y cometemos un error... a veces hasta cuando hacemos las cosas bien, los errores nos persiguen.
No fue nada tan malo mi Error: aquella noche de perdición, de deseos y de pasión, esa noche en la que se te creó. Ése fue mi Error. Mi Error fue la vida. Fueron mis sentimientos; fue el dejarme llevar y dejar que el Destino tomara mis manos. Así, el Destino jugó con nuestras vidas, como siempre hace; tan sádico es él, que nos pone obstáculos para ver nuestras soluciones, para ver nuestras cavilaciones, para ver nuestro sufrimiento.
Espero que sepas perdonar, porque estoy seguro eso ya está en tu ser. Sabrás que lo que hice nunca fue una maldad, que nunca quise errar.
Olvidando ese tema, y aprovechando que estaba hablando de la vida, te he ahora de describir el lugar en el que vivimos. Un prado verde, tan hermoso; iluminada por el Sol (una estrella a nuestros ojos tan grande). Tan lleno de árboles y de vida; por las mañanas cuando los pájaros cantan, me levanto y veo tanta belleza. Sin embargo, el pasto está cubierto por ciertas cosas grises, gigantes. Ahí es dónde vivimos, en una de esas cosas. Además, los árboles están separados por más materia gris. Por ahí es por dónde caminamos. El Sol muchas veces está tapado por nubes y no lo podemos ver, ni él puede ver los prados. Y los cantos de los pájaros no demoran mucho, ya que son rápidamente opacados por el ruido que crean ciertos aparatos, que por alguna extraña razón, no son grises.
Además, por estos lugares, se derrama tanta sangre. La gente se muere y las personas al preocuparse no encuentran un por qué. Parece ser que hay mucha sangre derramada por otros, y hay otra sangre que es culpa de Dios; parece ser que mucha de la sangre es obra de animales salvajes (que dicen están muy separados de nosotros), otra es sangre creada por nuestros propios hermanos.
Veo que no te he hablado de Dios, pero seguro vas a tener tú mucha más idea que yo de eso cuando yo te lea esta carta. Espero que hayas disfrutado mucho todo esto; así has podido sentir algo de la vida. Eso me dejaría más contento.
Tu madre está apurada. Me parece que te voy a leer esta carta ahora así que me tengo que apurar, antes de que te matemos.
Hasta luego, hijo mío.

Envinyatar: 8:04 PM | Comentarios (6)

18 de Junio 2005

¡Ocúltanos!

uento: Me encantó... tiene mucho sentido para mí; espero que otros se lo puedan encontrar, no está para nada oculto el mensaje. Está lleno de sentimientos... es muy lindo

-¿Está todo listo entonces?
-Sí. Ahora sólo falta que Cronos se acomode a nosotros, para poder hacerlo. ¿Ves la Luna? En este momento la cubren unas pocas nubes, pero se puede fácilmente encontrar por su luz. Tiene que llegar hasta la punta de esos pinos para poder comenzar.
-Eso del tiempo todavía me tiene un poco confundido. Pensaba yo que por gracia y obra de nuestros propios hechos, habíamos descubierto el modo de no preocuparnos por él; sin embargo parece ser que tenemos que esperar a cierto tiempo en la noche. Los lobos ya están aullando, diría yo que el momento es el adecuado.
-Hemos podido olvidarnos de la fecha; quiero decir que realmente no importa el día, pero sí el tiempo, la hora. Te noto demasiado tranquilo ¿acaso no tienes miedo?
-No puedo tener miedo... no me lo he permitido. Podría terminar rompiéndolo, podría terminar haciendo las cosas mal, o peor, podría no terminar.
-¿Sabes sin embargo que eso es lo que más seguro va a pasar? Vas a tener miedo, vas a desconfiar de mí, vas a olvidarte de todo... lo más seguro que esto resulte más difícil de lo que cualquiera hubiera pensado.
-¡Las estrellas! ¡Se pueden ver! Entre las nubes... allí... mira. ¡Qué hermosas son las estrellas. No he visto en toda mi vida tantas estrellas juntas como las que veo ahora en ese pequeño espacio. ¿Tan lejos estamos de las luces? Ni cuando de pequeño iba a ayudar a mis abuelos en la vendimia pude haber estado tan lejos.
-Estamos muy lejos. Demasiado quizás. Así tenía que ser. No podemos permitirnos que nos vean. Sacaré el cuchillo...
-Sí, en eso tiene usted razón... los visitantes serían demasiada molestia... seguro que ellos querrían ver un hecho de tales dimensiones. Quiero decir, ¿cuántas veces se ha hecho esto? Menos de unas diez diría yo. Los árboles... qué hermosos árboles...
-No te desconcentres... piensa en lo que experimentarás, en lo que vivirás. Algo que sólo unas 27 personas han visto, y unas 12 sólo han sentido con su piel. Piensa en el futuro... olvídate ya del pasado y el presente, porque ellos sólo están en tu mente. Recuerda, lo único que existe ahora es el futuro; no fuiste ni eres nadie.
-Prepararé el fuego.

-Listo, ya está encendido. Saca la comida...
-No la encuentro en este bolso. Seguro estoy de que la había puesto aquí. Sin embargo, me he distraído cuando prendiste el fuego y esos lobo vinieron. Ellos la deben haber agarrado.
-¡Ay, tan hermoso son los lobos! Quizás podrían ayudarnos... atraerlos sería de nuestro beneficio... quizás si tuviéramos la comida. El fuego los asusta, lo apagaré.
-¡No! ¡Espera! Acá está la comida. No vamos a usarla para atraer a los lobos, recuerda que sirven para el ritual. No podemos permitirnos perder nada, ahora que todo ya está bendecido; imagínate la ira de los dioses, de nosotros mismos, al ver que lo que por tanto tiempo hemos preparado nos ha sido arrebatado por ciertas intensidades momentáneas. Mejor pensar, y esperar a que todo sea perfecto.
-Ni lo que digas ni lo que yo oiga me hará cambiar de opinión. Los lobos serán atraídos, aunque la comida no sea preparada para ellos.
-La comida, sin embargo, finalmente, será preparada para ellos.
-Tiene razón en eso... sin embargo la razón es olvidada y robada por los pocos sentimientos que todavía le quedan bajo la herida piel a los humanos. Parece ser que se hayan olvidado de todo por tanto pensar, y eso los llevó a acordarse de los sentimientos, para así volver a vivir. Los sentimientos ofuscaron a la razón y la obligaron a reprimirse; por eso es que hoy en día, los hombres razonan tanto, porque no aguantan tantos sentimientos. Y sin embargo son tan pocos los que ellos tienen...
-Prepararé la mesa y pondré el mantel. Leeré después los distintos trozos de textos y pondré los instrumentos sobre la mesa.
-¡Oh! Mira los lobos se acercan... ¡ah! Sí, me pondré la ropa...

-¿Los tenías que matar? ¿Era tu obligación hacerlo? Sus ojos... tan bellos... perdidos por sus miradas fijas en el fuego y el metal; sus pelos, manchados en su propia sangre.
-Sabes que era parte del ritual que ellos vinieran, y sabes que le tengo que sacar la piel a cada uno. Así tu estarás totalmente vestido.
-¡Pero ya tengo puesta esta túnica blanca! ¿Qué más quieres de mí? ¿no ves cómo disfruto del paisaje y de los pinos... de las nubes y las estrellas?
-Lo veo y lo aprecio mucho. Pronto me entenderás.
-Espero hacerlo... espero poder comprender tu mente tan increíblemente doblada en todas las direcciones posibles... esa mente que sólo tu eres capaz de comprender. ¡Ay! Esas estrellas... hoy brillan tanto... los pastos se mueven al ritmo del viento que tan suave acaricia nuestras pieles.
-Ponte esta sangre recogida en esta copa, es necesario.
-Espero que sirva de algo... me recostaré en la mesa.

-¡Mira la Luna en su esplendor!
-El fuego ya comienza a arder... siente sus llamas acariciarte.
-El calor es algo efímero, el dolor algo placentero, pronto pasará.
-Mira los lobos se acercan y miran su propia sangre derramada... ten miedo ahora, sabes que está llegando tu final.
-¿De qué he de tener miedo? ¿Acaso del cuchillo que usarás para atormentarme? ¿Acaso de volverme comida para lobos? La muerte no es nada comparada con la vida; cuando sepa que he vivido, sabré que he muerto.
-Y sin embargo... sabiendo todo eso... ¿no le tienes miedo al acabar de todo? ¿Al olvidar de tu propia vida?... ¿a ese final tan imperfecto?... ¡no hay nada después!
-Pero hubo algo antes... y sabiendo que ya he probado todo, ¿para qué quedarme? Iré a la nada, para saber cómo se siente, si es lo que me llena más de sentimientos.
-¡No has sentido todo! ¡No lo puedes haber hecho! Son demasiadas las cosas, las infinidades de sentimientos que se pueden sentir en este mundo...
-Y sin embargo yo sé que las he sentido todos.
-¡Mira mi cuchillo! ¡Ya está ensangrentado! ¡Sufre!
-El dolor es bueno... me ayuda a sentir...
-Se acerca tu final ¡ten miedo!
-La sangre correrá, el fuego arderá y los lobos atacarán. Pero la vida fue consumida en su totalidad... necesita ser sufrida, para poder ser vivida. La vida ya pasó, el futuro es lo único que existe.
-¡Pero el futuro no existe!
-Si tan solo la que corre fuera tu propia sangre, y vieras la profundidad de la vida, la completitud de los sentimientos, entenderías. Pero tu mente... existe demasiado.

Envinyatar: 10:18 PM | Comentarios (1)

4 de Enero 2005

El Espejo

uento: No sé. Estoy perdiendo algo. No me gusta y no me gusta. Quizás si lo leo en un tiempo lo necuentre mejor. Debe ser que estoy en un momento en el que no deberí escribir. Igual eso no me va a detener. Con el intento nunca fallo.

Miré por la ventana. Allá arriba todavía estaba el estúpido de su hermano pegado contra el vidrio, mirando como la nada se movía. Cerré las cortinas rápidamente y apagué la luz del cuarto. ¿Dónde estaba ella? Ya debería haber llegado.
Prendí una lámpara de pie y me recosté en el sillón rojo al lado de la chimenea para calentarme un poco del frío. Desde donde yo estaba sentado no podía ver la ventana directamente, pero sí por el elaborado espejo de oro que estaba arriba de donde salía el calor. El otro sillón, que se encontraba a mi derecha y también miraba hacia el fuego y el espejo, estaba vacío. Siempre lo había estado.
Levanté de la pequeña mesa de madera que estaba entre los dos sillones un libro un poco viejo. No me acuerdo bien el título ni exactamente de qué se trataba. Me acuerdo sí, que no lo había levantado para leer, sino para tirarlo al fuego y ver cómo se quemaba. No era un libro cualquiera, sino que contenía todo lo que se suponía que era verdad, estando divido en una parte más antigua y una más nueva.
En el fuego se formaron formas. Los leños se iban cayendo y las chispas seguían subiendo por el túnel que llevaba hacia fuera. ¡Qué divertido era mirar esos movimientos! A veces aparecían entre las formas ángeles mirando hacia arriba, como rezando, otras grandes bestias que chillaban de terror. Pronto el fuego dejó de vivir tanto, y decidió quedarse más tranquilo por un momento.
Olvidé en seguida el fuego, apagué la lámpara y corrí las cortinas. Miré para todos los costados, ella no estaba. En la ventana de en frente, sin embargo, cruzando toda la nieve que dividía las dos casas, parecía haber una luz. Miré más profundamente, y pude ver a través de las cortinas el cuarto que allí se encontraba.
A la izquierda de la ventana había una cama y a la derecha un escritorio con varios libros (abiertos y cerrados) y una pequeña lámpara encendida. El fuego llameante de ésta, era lo que jugaba con las sombras y me hacía confundir las cosas. La puerta estaba, creo, exactamente en frente de la ventana. Estas cosas, sumadas a una biblioteca contigua a la cama, eran las únicas que sobrevivían en aquel triste cuarto.
La niña estaba sentada, leyendo o estudiando, en frente del escritorio. Se reclinaba con la silla, jugando para no aburrirse completamente con lo que sea que estuviera haciendo.
Miré hacia la ventana de arriba. Seguía aquel estúpido mirando, mas ahora su vista se dirigía exactamente hacia acá. Más rápido que la vez anterior, cerré las cortinas y me eché para atrás, cayéndome de espaldas en la caliente alfombra. Me levanté como si nada hubiera ocurrido y me senté de vuelta en mi sillón, mirando ahora el espejo, reflexionando.
Quizás podría dejar la cortina abierta, y ver a través de ella el otro cuarto. Pero seguro que el hermano se daría cuenta. ¡Mas qué puede hacer él! No tiene la suficiente capacidad intelectual para salir de esa ventana. No se va a dar ni cuenta de lo que hago. Claro, él no notaría nada, pero seguro que hablaría, contaría, y los padres entonces se enterarían. No, ahora no puedo mirar.
Así, pensando esto me fui parando, y, agachado debajo de la ventana (después de apagar todas las luces que restaban en la habitación) abrí la cortina, para que la luz de la luna que venía de la ventana de en frente, entrara. Me fui rápido sin mirar si el hermano estaba o no a sentarme en el sillón y mirar por el espejo.
El fuego ya se había apagado así que eso no me preocupaba. Mas había algo en la mirada del hermano que me demostraba con seguridad en el peligro en que yo me encontraba. Seguí mirando por el espejo. Agarré la taza de café, y al notar el poco peso que tenía me levanté bruscamente y la lancé contra la pared.
Fui a la cocina a agarrar otra taza. Al fin, llegué y me serví otra taza, y la tomé rápidamente. Me serví otra vez yéndome hacia el sillón. Apoyé las dos cosas, la taza y el jarro, en la mesa que estaba en mi costado. Concentré mi vista en la figura que parecía concentrada en el escritorio.
Supongo que ella estaba leyendo algo, no parecía ya aburrida. Cada tanto cambiaba de posición: se ponía más cerca del escritorio, levantaba el libro, movía las manos, agarraba otro libro buscando algo y lo cerraba. Mas no dejó de leer las mismas hojas por más de una hora. Siempre lo mismo. Nunca sus delicadas e infantiles manos se posaron sobre las suaves hojas para cambiar de palabras. Esto yo no lo entendía.
¿Acaso eran unas palabras que ella se tenía que aprender de memoria? ¿O simplemente eran unas hojas que la transportaban a otro mundo y que por lo tanto ella quería leer?
Después de un rato me di cuenta. Corrí y cerré las cortinas, y me fui hasta mi dormitorio, recostándome rápidamente en la cama. ¡Me había visto! Estoy seguro que ella estaba mirando hacia acá. Lamentablemente la ventana de mi cuarto daba justo en frente a la del estúpido, no podía osarme a mirar a través. Sentí como la cabeza me daba vueltas. Tenía sueño, aunque era recién la temprana noche; el problema es que no había dormido por días, quizás por semanas ¿quién sabe?
Cerré los ojos e intenté dormir. Seguía mareado. No podía sacarme su mirada de la cabeza. Me tapé con las sábanas. Seguí pensando en ella. Pasé horas así acostado. Me paré y me dirigí hacia mi escritorio. Agarré una hoja y una pluma y empecé a escribir una carta. No recuerdo a quién ni por qué, pero me acuerdo que narraba todo lo sucedido. Agarré la carta y me la guardé en el bolsillo. No iba yo a salir de la casa, pero de alguna manera tenía que entregarla al destinatario.
Mi mente fue rápidamente asediada otra vez por la niña de la casa de al lado. Era tan hermosa. La mujer más hermosa aunque todavía tenía simplemente los rasgos de una niña de diez años, pues esa era su edad. Pelo negro reposado en su cara. Ojos verdes que iluminaban cualquier oscuridad. Demasiado hermosa quizás. Su tez pálida. La piel tan tersa, tan suave. A veces cuando me cruzaba con ella por la calle (¡oh, tan lejano ese tiempo!), me chocaba con ella sólo para que nuestras manos se rozaran. ¡Qué hermosa, qué perfecta que es!
Caminaba tan bien, como si fuera una señora. Tan seria, pero al mismo tiempo, tan llena de sentimientos. A cada paso que ella daba una flor nacía en el mundo y de perfume se llenaba cualquier lugar. Así tan hermosa era ella. Podía yo decirle que era hija de dioses, por su cara y sus acciones, pero nunca me animé a dirigirle la palabra ni ella pareció tener las ganas de mandar frases hacia mí.
Me paré y entre las maderas que tapaban la ventana que daba al frente de la casa (por donde entraba un poco de luz) dejé caer la carta para que el sabio viento la condujera a dónde sea que ella fuera.
Las maderas habían sido puestas por mí (obviamente puesto que nadie vivía conmigo en mi casa) por miedo a mismo. No quise cubrir las ventanas del costado para poder verla a ella. También tranqué las puertas. No quería poder salir de la casa, porque ya varias veces había intentado, agarrando el arma que se encuentra en el cajón de mi escritorio, matar a la niña.
Un viento abrió las cortinas fuertemente y pude ver la cara del estúpido en la ventana, mirando también el hacia mí. Sin dudarlo, corrí a agarrar la misma pistola que tantas veces había intentado de ser usada. Disparé hacia la ventana hacia el niño de en frente. Con él, todo desapareció, la casa de enfrente, la niña, mi obsesión. Y la sangre corrió por mi cuarto; me arrodillé en el suelo y lloré.

Vi cómo mi hijo dejaba de ver por esa ventana y volvía sentarse a mi lado, en el sillón rojo, frente al fuego. Agarró, y no me pregunten el por qué, La Sagrada Biblia y la tiró al fuego. Yo grité:
-¡Qué haces! ¡Blasfemo! Morirás pronto, los ángeles mismo te buscaran. ¡¿No te das cuenta que estás rechazando a todo el pasado y a toda la verdad?! Las puertas de los cielos no se abrirán para ti. Diviértete ahora pues, porque el sufrimiento vendrá del mismo fuego que ahora miras. ¡Sí! ¡Y te quemará!
Pareció como si él sonriera. Y yo me enojé. Me paré de mi asiento y le empecé a pegar con mi mano. Pero no pareció como si él se diera cuenta que yo algo estaba haciendo. Se quedaba quieto y parecía gustarle. ¡Estúpido, despierta!
Me cansé y me volví a sentar; en ese mismo instante, él se paró y abrió las cortinas, volviéndose a sentar lo más rápido que pudo, como si alguien por la ventana lo estuviera mirando. Enojado, tiró la taza de café.
Esta vez, yo estaba más calmada, así que fui a la cocina, le traje otra taza y le serví café. El me siguió hasta la cocina, lo que me dio un poco de miedo teniendo en cuenta la cantidad de armas que en ese lugar había. Pero nada ocurrió. Volvió a sentarse en su sillón y a mirar por el espejo.
De repente, cuando yo estaba contando la mejor parte de los cuentos que le hago para dormir, él se paró corriendo y subió las escaleras, supongo hacia su cuarto. Decidí dejarlo creyendo que tenía sueño.
Cuando estaba segura de que se fue, yo me paré en seguida para mirar por el espejo, para ver qué era lo que él miraba (ya desde hace semanas). Al sentarme en su sillón, pude ver como se veía por la ventana, la misma ventana que él tanto miraba. Fui hacia ella y miré. Sólo se veían los árboles del bosque que nos rodeaba, lo que era lo más seguro siendo mi esposo, su padre, un guardabosques (que ahora, pobre, tuvo que alejarse para irse a la guerra y salvar nuestro honor).
El árbol no tenía nada de especial, y menos en esta noche, una de las tantas noches en que yo no dormía a la espera de mi amado.
Me volví a sentar, agarré hilos y agujas para poder tejer, y empecé a crear algo, no sé qué. Se mezclaban los colores, iban en cualquier forma y para cualquier lado. A veces mis manos seguían cualquier camino, pues no era mi mente la que los dirigía.
Afuera empezó a llover con truenos y relámpagos. No sé por qué no había yo prendido las luces antes (mi hijo las había apagado), así que cuando me di cuenta toda la luz que aparecía por los rayos, me paré y prendí las luces, al mismo movimiento que cerré las cortinas.
¡Cómo extraño a mi esposo! Debe estar él perdido por terrenos vírgenes, donde las balas recorren todos los aires y la muerte no se filtra con las máscaras de gas. Debe ser tan terrible, tan horrible. Estoy segura que no soy la única a la que esto le ocurre. Mi hijo empezó a sentirse mal desde que se fue su padre. Ahora parece ignorarme, y estar todo el tiempo asustado. Pobrecito, cómo debe estar sufriendo.
El tratar de distraerme con las agujas no había servido; ninguna noche había servido.
Sentí pasos en el piso de arriba, así que supuse que él ya se había levantado. Fui a verlo. Estaba escribiendo una carta, seguro que era para su padre. Siempre lo quiso mucho. Yo no me animo a preguntarle esas cosas, quiero que él sea fuerte y trate de sobrepasar esas dificultades. Con la taza de café me quedé mirándolo, apoyada en la puerta.
Las lágrimas le empezaron a caer. Seguro que eran por su padre. Pobrecito, cómo sufre. Habría que ayudarlo de una forma. Pero él no tiene que llorar. Es un hombre, tiene que ser derecho y poder pelear, para sobrepasar las dificultades y ayudar a su familia, ese algo que hace tiempo olvidó.
Terminó la carta cuando el Sol ya estaba saliendo. Y a mi sorpresa la tiró por la ventana. Yo mientras tanto fui a abrir las cortinas para que la luz entrara. Escuché a la muerte. Mis ojos se cerraron, porque no querían ver mi propia sangre recorrer el suelo que mi esposo construyó.

Envinyatar: 6:40 PM | Comentarios (0)

23 de Diciembre 2004

Durmiendo

uento: Bueno, no sé. No era lo que yo quería. Sin embargo, es lo que me salió. Quizás lo retoque, pero lo más seguro es que no. Esto es lo que escribí con mis sentmientos y si lo cambio quizás que hasta queda peor.
Cuando lo volví a leer no me transmitió nada. No sé. Algo le falta.

En la cama que en el medio del blanco cuarto encontrábase, recostado estaba aquel hombre, tendido bajo las blancas y lánguidas sábanas, alejado por una fina capa de aquel invisible mundo al que todos vamos a llegar. Dos personas estaban a los costados de la cama, en tal posición y distancia que si al por suerte vivo ocurriérasele estirar sus manos, ellos dos agarráranlas y apretáranlas, para ayudarlo en el arduo camino. En los pies de la cama, una doncella apoyábase, ensuciando su negro vestido en el piso; sus rodillas puestas al suelo, para así poder juntar sus dos femeninas manos y, recostando su húmeda cabeza en ellas, murmurar frases inaudibles para los mortales. Recostado su atavío limpiaba de las impurezas no desaparecidas el cuarto perdido en la noción del tiempo.
A la izquierda del que ya pronto se convertiría en el polvo de la vida, la mujer que ahora tomaba demasiado suavemente las manos del enfermo, dejaba cada tanto caer unas pocas lágrimas para poder aliviar el corazón, reprimido durante tantos años. Su esposo era aquel que estaba cubierto por el blanco velo y que tenía ahora recubierta su alma por una extremadamente blanca tez.
Sus dos vidas habían sido dos caminos separados, mas en donde uno, el principal, no dejaba al secundario irse muy lejos. Y ahora se encontraron en aquella encrucijada de los carteles casi ilegibles, con la luz del Sol cegándolos. Se miraron a sí mismos: el camino que ya habían recorrido que alguna vez había estado lleno de piedras y pozos, ahora estaba desapareciendo con la suave brisa, que se llevaba desde el polvo hasta la más grande montaña. Y el pasto volvía a crecer en el lugar ese donde una vez hubo huellas.
Las lágrimas cayeron una vez más. Ella rápidamente soltó la mano de su siempre amado, para pronto secar la salada agua que recorría sus mejillas; él miró de reojo, no quería ni mover la cabeza ni el cuerpo; no hubiera hecho eso ni aunque pudiera. Él la vio por menos de un segundo (aunque en realidad los segundos eran allí más largos que los días) mas pronto ella dejó sus pelos ocultar su cabeza y miró hacia la mujer recostada a los pies.
Dio unos cuantos pasos hacia ella y le dijo suavemente algo en el oído. En el salón sólo escucháronse los siseos y sus ecos. La mujer que murmuraba, paró de mover sus apasionados labios y se paró. También dejando caer sus oscuros pelos sobre su cara miró hacia abajo y fue por el lado derecho hasta el hombre que toma la mano del no muy vivo; cuando llegó también susurró palabras de las cuales sólo fue posible descifrar sus ecos. De ellos se deducía que eran las mismas frases.
La cara del no muerto pasó de una elaborada cara de tristeza a una poco manifestada cara de miedo y dolor. Nadie la notó, no porque estuviera oculta sino porque nadie quería verla.
Las mujeres que se habían movido volvieron a sus respectivas posiciones e hicieron sus respectivos trabajos no sin antes esbozar un débil sonrisa hacia el enfermo, y, de parte de la que murmura, una reverencia. El hombre que parado encontrábase a la izquierda del poco vivo miraba a los ojos a la mujer que se encontraba opuesto a él, en la izquierda de la habitación; era su deber y mandamiento mencionar aquellos siseos a su padre, el que ya se moría. Su camino había sido tan parecido al de su padre que casi pocos los distinguían. El camino había empezado lejano, pero no hace mucho tiempo se había acercado para no separarse. Era el tercer camino de la encrucijada.
Por primera vez dejó caer una lágrima que no ocultó a nadie, sino que la dejo que se apoyara en su mano, para después acariciar a su padre que seguía recostado sin haberse movido. Acercose suavemente y dióle un beso en la frente, mientras sus brazos estiráronse para darle un abrazo. El abrazo fue largo, o corto, pero muy apasionado; no parecía querer dejarlo ir.
Después de esto, levantó un poco su cabeza y con mucho esfuerzo abrió sus labios:
-Vas a vivir, padre, vas a vivir. Pero ya has vivido.
El padre pensó en estas palabras y recordó lo que vivió. Aquel pasado lejano, hace millones de años, cuando él era capaz de levantarse y arreglar las cosas, de hablar y solucionar los problemas. Donde no era un peso que acostado sólo podía sentir lo que cerca de él pasaba.

Tosió en la cama con un sonido que retumbó fuertemente en la habitación, porque, claro, nadie en ese momento hablaba. El silencio era tan mortal que parecía que la Muerte misma se había presentado en aquel cuarto blanco para atraer nuevas almas.
Se escucharon gritos que entraban por la puerta. Parecían de una niña que auxilio pedía. Por sus sonidos, se suponía que estaba ella encarcelada, y quería salir. Sin embargo, no era por eso que emitía tan agudos ruidos, era, parecía, porque la estaban torturando.
A veces los gritos parecían llantos, otras, parecían como si aumentaran de intensidad, y otras hasta parecían como si cambiaran repentinamente a un sonido más fuerte, para volver en seguida al habitual pedido de auxilio. Parecían música.
Aunque los ecos rebotaban una y otra vez en las paredes y rodeaban a los expectantes humanos, ellos ni siquiera se movían demasiado ensimismados en la otra persona.

Como no podía hablar el hombre, no sólo por la música sino también por sus propios problemas, escribía en unos papeles para poder comunicarse. No parecía haber mucho para decir, sin embargo, el que ya dentro de poco va a estar muerto agarró un papel y un lápiz y empezó a garabatear en la hoja. Todos miráronlo a los ojos, viendo cómo escribía. Cuando terminó se lo entregó a su hijo que encontrábase a su derecha. La eternidad que le tomó al hombre escribir pareció un segundo.
El papel decía (aunque sólo el hijo lo leyera para sí mismo): “Los quiero mucho. Sé que ustedes tristes están por mí. Sé que lo que dijéronse entre ustedes a mí no se han osado a contar. No puedo darles palabras de ánimo. Quizá podría decirles que se olviden de mí. Pero no es lo que quiero.” Cuando el hijo terminó de leer estas líneas le agarró más fuertemente la mano del hombre que de a poco vivía y trató de abrir la boca pero no pudo. Se entendió entonces lo que el hijo quiso decir pero no pudo:
“Padre, no llores, no llores. Lo que no te contamos no es importante. Importante es lo que nosotros demostramos y lo que te decimos. Olvídate ahora de las negras nubes.”
La esposa al sentir estas palabras se quedó pensando en su significado. ¿Acaso aquellas letras decían que su esposo había escuchado lo que entre ellos habían susurrado? Sin embargo él no demuestra de ninguna manera saber las palabras. Tiene razón mi hijo, pensó, tengo que demostrar cariño, porque cuando entre en las puertas del Averno, nadie sabe lo que le espera. Entonces ella dijo:
-Mi amor, míranos, no tienes que sufrir. El amor te está rodeando. ¿Qué importa lo que venga mañana y lo que vino ayer? Lo importante es ver el presente, ver lo que se tiene alrededor. La muerte nos está esperando a todos fuera de este salón; no es tu culpa, es simplemente la vida. Sin embargo, si cerramos la puerta, podemos esperar un rato más, sin verla. ¡Ésos tienen que ser tus pensamientos! Poder sobrevivir unos segundos más, disfrutando de este presente.
La carta seguía: “Les pido que antes de que se vayan, me saluden por lo menos. Hemos estados todos separados por mucho tiempo, aunque parecía como si estuviésemos juntos. No nos quisimos ni disfrutamos como tendríamos que haberlo hecho; y ahora que estamos en esta encrucijada no tienen más que quedarse más cerca de mí. Ustedes todavía pueden leer los carteles. Sigan, sigan, no esperen por mí. Sin embargo, no me dejen tirado: levántenme un monumento para recordar hasta dónde llegué yo y para ver si alguien puede llegar más lejos.”
El hijo se sintió amenazado con estas palabras y habló prontamente:
-Padre, no pienses que no te queremos ni que te vamos a dejar. Aunque seas un peso mayor que las montañas te cargaremos. Te levantaremos un monumento en nuestras propias espaldas. Y tú nunca vas a dejar de llegar más lejos; tu camino se mezcla con el nuestro.
La casi viuda, pensando en lo que su hijo había dicho con tanto orgullo no pudo más que musitar estas incrédulas palabras: “No te vas morir.”
Y la carta terminaba con unas palabras que tenían que ser descifradas a través de las lágrimas que se habían impreso en el papel: “Ahora váyanse, mas no sin antes contestar a la pregunta que todos nos hacemos siempre.” El hijo tuvo que caerse de las lágrimas y se apoyó en su padre. Los gritos del alma todavía se escuchaban demasiado fuertes. Parecían que la niña ya estaba desapareciendo.
La esposa también lo abrazó y diole un beso al hijo. No había sabido nada de la carta, sin embargo, al ver toda esa demostración de amor, no tuvo otra chance más que unirse.
La mujer en los pies de la cama dejó de rezar. Los gritos no se escucharon más. Y la carta tirada en el piso y olvidada tenía escrita muy levemente las palabras: “¿hasta cuándo voy a vivir?”.

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22 de Noviembre 2004

A los mensajeros

uento: Este cuento refleja la vida de todos los humanos. Como todos nosotros cargamos un mensaje, tenemos una misión y nos hacemos preguntas. Al tratar de cumplir con la misión nos olvidamos realmente de los medios, como si no importaran, sólo queremos las metas.

¿A dónde conducía aquel perdido camino? Ella sabía cuál era su destino y cuál era su mensaje, mas no sabía la vía. Sus deberes quizás eran demasiados para una simple doncella. Pero allí estaba con aquella nota, que debía ser ya entregada, pues cuán más pronto fuera ella vista, más pronto podría salvarse el reino.
¿Por qué estaba ella ahora ahí y no uno de sus súbditos? La cuestión era por qué el destino deparaba decisiones tan dispares, aquellos que no merecen ganan los premios y aquellos que necesitan ayuda son ignorados. Todo tenía que ver con ser ella la sobreviviente, y no sus padres, de aquel terrible accidente.
¿Mas, exactamente, de dónde ella venía? Sólo recordaba haber recibido esa misión (que ya pronto olvidaba cuál era) y haber visto la muerte con sus propios ojos. Sólo eso la guiaba, la Muerte, que la azotaba desde adelante para que siga su camino con miedo.

Sacó para verla no más, aquella carta que su padre antes de departir hacia el reino de los olvidados le dio. No era entendible lo que allí decía, algunos símbolos extraños estaban impregnados. Además, el barro, la lluvia y el viento habían dejado marcas en la carta, con manchas, charcos y roturas.
Ella siguió caminando, sabiendo poco de su rumbo; los pensamientos que ahora le cruzaban sólo le permitían seguir.

El camino consistía de varias piedras, charcos y distintos objetos que hacían el caminar dificultoso. Poca atención ella le prestaba a esas cosas y pronto se caía para tener que levantarse de vuelta.
La carta en uno de esos tantos momentos se había caído al barro, pero ella prontamente logró recuperarla para guardarla de vuelta en su bolsillo. Aunque la estaba cargando, le tenía un poco de miedo, pues aquellas letras insignificantes servían para mejorar todo y para lograr la alegría de su reinado; y, para peor, ella no podía leerla: saber que se tiene todo el poder en un bolsillo mas no poder asirlo es como tener una mariposa en la mano pero no poder contemplarla.
El camino no había sido hecho para ella específicamente y por lo tanto no se adecuaba a sus necesidades, como todo siempre lo había hecho anteriormente. Ahora ella era la que tenía que por sí misma valerse para lograr aquello que los demás desean. Todavía lo tenía que hacer en aquel camino que parecía tener curvas en todos los sentidos y entrar en un bosque para salir en un pantano. Si aquello dirigía a algún lado debería ser a un lugar casi perfecto donde todas las recompensas sean dadas, pues el Destino no podía ser tan injusto como para hacer el sufrimiento durar para la eternidad; si tantas rocas había en el camino entonces pronto ella iba a llegar al lugar de donde las rocas fueron extraídas. Ese lugar estaba muy cerca en su mente, mas muy lejano en distancia; no era visible desde aquel lugar.
El camino, casi sin aviso, empezó una empinada subida, haciendo que ella se cansara rápidamente para que no pudiera seguir el camino. Sin embargo (sin que sus pies dejaran de moverse), miró para atrás y observó el paisaje que desde aquella altura era posible ver: casi nada, sólo una parte del camino y los bosques y pantanos que lo rodeaban; la niebla cubría todo lo demás. El sol estaba escondido ya desde hace tiempo. Las nubes de lluvia cubrían todo el cielo, negras como un augurio del futuro.
Miró después hacia delante, mas era nada lo que veía, la niebla no dejaba ver más que lo que los dioses querían que se viera. Podía ver las rocas que en el camino estaban prontas para acercarse a ella, pero no las quería observar.
El fuerte viento le hizo cerrar los ojos, y siguió caminado por lo que a ella le parecía era el camino. No se alejó ni se perdió del camino, sino que el camino parecía estar en donde quiera que ella fuera; no quería él dejarla sola a ella, quería servirle de guía.
Con los ojos cerrados y por aquel camino que la seguía a todos lados, llegó a la cima de lo que sea que ella estaba subiendo. Ahí, cuando sintió que el camino comenzaba a bajar otra vez, miró para lo que venía. Y pudo ver el camino que tenía que recorrer: era recto, estaba rodeado por pocos árboles y no estaba cubierto por la maldita niebla. Al final, como ella buena vista tenía, pudo ver claramente un oasis; era como una laguna rodeada por montones de animales y plantas. El Sol encontraba un paso por las nubes para poder llegar ahí.
Bajó corriendo con aquella alegría de no tener que seguir aquel arduo camino. Como sus ojos eran ya casi incapaces de mirar el camino, se tropezó y cayó, lastimándose la piel y varios huesos, sin mencionar las roturas y las manchas que consiguió en su vestido blanco. Mas eso no le evitó seguir corriendo. Se levantó y corrió.

Después de una curva casi invisible en la niebla que rodeaba aquel bosque, ella se encontró en la encrucijada con otro camino. Una persona iba por aquel, así que ella se detuvo para pedir ayuda, pero más prontamente el otro abrió su boca desde la distancia.
-¡Se ha herido! ¡Ruego por tu ayuda! ¡Puede llegar a la Muerte sino lo cargamos a un médico! Además, no encuentro el lugar al cual me dirijo, se llama... –pausó por unos segundos para pensarlo- no me acuerdo... Mas eso ahora no importa, salvemos a aquel hombre moribundo.
-Yo estoy teniendo mis propios problemas, me he tropezado y tengo todo mi cuerpo lastimado. Mis ojos me han engañado y he visto visiones. Tengo miedo y no logro entender mi mensaje. No encuentro el lugar que busco, que más allá de no saber su nombre, se suponía que yo sabía el camino. Sin embargo no encuentro pasos que me lleven hasta el hombre al cual le tengo que entregar el mensaje, y este camino no se quiere separar de mis pies.
-Entiendo tus problemas, mas la Muerte es ahora la más cercana, y es aquel el que la está sufriendo. Ven y ayúdame, después yo te acompañaré hasta tu destino. Yo también cargo un mensaje, pero hay que saber cuando las prioridades están equivocadamente ordenadas.
-Sin embargo, mi mensaje tiene la salvación al mundo; si no lo entrego rápido aunque a él lo salvemos, después se morirá. Yo tengo la inmortalidad de toda la humanidad en mi bolsillo, y tú me pides que me importe más la vida de una persona que la de todos los demás. Te digo que sigas tu camino y encuentres otra ayuda.
-Pues si quieres que esto así sea, así será. Mas no encontrarás después nadie que te auxilie en el camino, ni nadie que se ofrezca a acompañarte. Yo sigo corriendo en busca de ayuda.
-Hazlo entonces, pero entiende que tú tampoco lo estás ayudando, no estás a su lado, sino que paseas y te alejas acercándote a tu meta, con el pretexto de buscar ayuda.
Así ella y él siguieron corriendo, cada uno por su camino, y cada uno con sus sentimientos.

En el suelo las rocas se cambiaron por rosas, y el barro por pasto. Pero ella no notó nada de esto; ni siquiera vio que a sus costados la niebla estaba desaparecida y que el pasto brillaba más verde que en otras partes. Se podría haber detenido a observar todo, pero no lo hizo. Estaba tan cerca de lo que creía ella era el final, que pararse a descansar hubiera sido más que una pérdida de tiempo.

Y así llegó a aquel lugar en donde ella tenía que entregar la carta, y se dio cuenta de su equivocación y olvido. La carta era para ella. Ella la tenía que leer y divulgarla a todos. ¿Por qué había pensado que era para los demás? ¿Acaso la Muerte juega así con las mentes de las personas? El apuro no le había dejado ver bien las cosas. Decidió justo cuando su corazón prefirió no funcionar más, mirar de vuelta la carta, para tratar de descifrar de nuevo las letras. Y al leer y entender lo que las letras decían se dio cuenta de sus errores y problemas. Y suspiró, mientras se daba cuenta de todo lo que podría haber vivido si la hubiera entendido en el principio, si cuando con apuro empezó a correr, no hubiera intentado leer la carta al revés. Pronto hizo su último ruido, el ruido de la libertad.

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8 de Octubre 2004

La flor mustia

uento: Bueno, supongo que al leerlo se imaginarán el por qué de este cuento y de dónde salió. Quizás sólo puedo decir que acá ella sirve como respresentación de la belleza y de aquello que el hombre busca y no puede encontrar.
No lo puse antes el cuento porque no estaba seguro; ahora realmente, no me importa quién lo lea.
Nada más.

Este es el fin. Este es el comienzo. Así, mientras hago la cuarta cortada en mi brazo y trato de ver por fin la negra sangre brotar y recorrer mi mano, me imagino todo lo que pasó y pudo pasar, todo lo que ocurrirá y todo lo que puede ocurrir. Mis ojos no son más que intermediarios entre la belleza y mi cerebro, ya en desuso por tantos sentimientos. Y ellos son los que ahora me muestran lo que yo no quiero conocer ni recordar: los fantasmas del pasado que persiguen al más valiente, haciéndole recorrer los pasillos interminables de la vida; las nubes del futuro que hacen llover hasta al más cuidadoso haciéndole no querer quedar en oscuridad por los truenos.
¡Que ella que ahora está sentada a mi lado llore y sufra, pues su belleza no tiene igual! ¡Pluguiera a los dioses que esto se cumpliera!
Ya tantas veces la había visto, hermosura sólo comparada con la Naturaleza, eso que nunca nadie vio. Oscuros mechones recorren su pálida cara, eclipsada por sus divinos ojos celestes, quizás verdes: nunca lo pude descifrar. La juventud estaba tan presente en ella que ni siquiera existía el temor a envejecer. Su esbelto cuerpo no era nada extraordinario, sino simplemente hermoso, por su pálida piel y por sus marcas de la vida dura que ella vivía con su familia. La sangre era lo único que podía mejorar ese cuerpo.
Me ocurrió que desde el tiempo que la vi, mi corazón no supo que hacer, si parar de latir, o latir con más fuerza; ello derivó a mi continuo devenir en cualquiera de los dos procesos.
Mis ojos eran temerarios y no pensaban en el cambio, cuando su verdad se mostraba y ella aparecía ante mis sentidos; mis oídos se confundían ante su angelical voz; mi mente se regocijaba con el adictivo pensamiento del cerebro de ella; su olor no dejaba de hacerse resaltar entre todo lo que vivo, muerto e inerte se encontraba a mi alrededor. Ya varias veces ella me había visto a mí ensimismado en su poder de atracción; esas tantas veces me preguntó cuál era la causa de mis lágrimas, y yo le contestaba:
-La causa de mi tristeza es sólo debido a la belleza, no es de mi deseo explicar.
Y así ella se iba, después de criticarme por mirarla tanto.
Por ser ella naturaleza provocó mi primera cortada, que no logró salir sangre, ni me dejo comprenderla. Ella era demasiado bella para mis sentidos y no había sido su crítica lo molesto, sino mi incapacidad sensorial para resistir esa inmensa aura de divinidad que ella tiene.
Mis ojos no dejaron de observarla y ella cuánto yo más hablaba más se enojaba, y cuánto más la miraba, más dudaba.
Y al verla tanto tiempo mi mente trató de encontrar su solución, y pensó en lo que ella era, y se dio cuenta que si tan hermosa era, no era imposible que ella fuera Dios. Por que ella lo era. Ella era demasiado hermosa. No podía ser comparada con la ignorancia y perdición humanas. Así provoqué mi segunda cortada, de la cual tampoco brotó aquel líquido que tanto deseo ver en ella; porque mi amor era debido a un Dios, ser tan omnipotente como bello, él cual era inalcanzable por la humanidad del humano.
Pero ella no lo era, sino que sólo mis sentidos me engañaban.
Empecé después a tratar de encontrar su razón. Porque ella era mi pensamiento, y ella sólo me hacía sufrir. Ella era quién todo me lo iba explicar y entonces yo con la poca valentía que escondida en un oscuro cajón se resguardaba, fui y me acerqué a su aura, y la traté de penetrar. Pero mis vacías palabras se perdieron pronto en los tenebrosos pasadizos de la obsesión:
-Disculpa por mi pervertida obsesión de amar el mirarte todo el tiempo, pero ni puedo sacar mis ojos, ni puedo sacar mis pensamientos. ¿Es demasiado molesta mi vista que tus ojos se me escapan?
-Ni molesta es tu mirada ni me interesa; mírame, mas ni dentro de mi ni de ti vas a encontrar razón. Ni vas a encontrar la posibilidad que tanto buscas en los perdidos rincones de la olvidada existencia.
Eso provocó mi tercer cortada, de la cual no se mostró la sangre, que me hizo caer en el abismo sin fin en el que ahora estoy cayendo.
Ella está aquí a mi lado. Mi cara se emociona en ver que la sangre si está cayendo ahora. La tomo para mi propio sadismo, mas vierto un poco en su piel no más para ver esa vista. Ella se mueve un poco. Está dormida. Es tan bella. Sus ojos cerrados, sus manos apoyadas en su cabeza; sólo sus brazos descubiertos aunque todavía se ven un poco sus hombros; sus pies tan esbeltos y tan parecidos a los dioses también se muestran aunque poco. Y mis ojos no pueden resistir que ella esté tan cerca, pero que sin embargo no pueda tocarla.
Me vuelve loco. La quiero. Mis lágrimas salen y se mezclan con la sangre que en su cuerpo se encuentra. Yo ya no sé qué hacer. Pero sé lo que va a pasar. Y tengo miedo, porque yo no la quiero lastimar; pero lo voy a hacer, tanto como ella me lo hizo tan violenta y rápidamente a mí. Para que vea que la belleza va a terminar con su reinado, que yo la necesito; para que sufra por mí; para que se dé cuenta de lo que yo sufrí, para que mire cómo la amo.
Eso es lo que voy a hacer. Voy a hacer que sea ella la que mire.
Voy a agarrar la cuerda usada por los sacerdotes para sostener su sotana, para atarla, y la voy a atar demasiado fuerte, hasta que empiece a gritar. Voy a taparle la boca primero para que no pueda hablar; quizá con el trapo que tengo yo guardado. Ella lo va a sentir y se va a despertar.
Pero no se va a poder mover, y entonces voy a sacar cualquier objeto cortante que tenga yo cerca, y voy a ver su sangre emanar de su pálida piel. Primero le cortaré los brazos, no las muñecas, para que sufra. Voy a lamer su sangre. Le daré besos. La cortaré el otro brazo. Ella va a gritar. Va a soltar el trapo con todas sus fuerzas y va a hacer demasiado ruido. Va a gritar, va a pedir por ayuda. Nadie la va escuchar. Nadie le sabe responder.
Le voy a cortar la cara, y la voy a besar. Le voy a romper la ropa con todas mis fuerzas. Ella va a llorar. Le voy a chupar las lágrimas mezcladas con la sangre. Va a llorar con gritos, todavía más fuerte de lo que yo hago ahora. Nadie auxilio se va a atrever a dar.
Ella desnuda llorando frente a mi se va a quedar, con la sangre corriendo por todo su cuerpo, pues yo más cortadas haré. Ella va a pedir más auxilio, va a gritar tan fuerte que me va a hacer empezar a sufrir igual que ella. Y yo la voy a seguir mirando, y ella no va a poder parar de mirarme.
En ese momento yo la voy a forzar a ser penetrada. Ella va a tratar de cerrar sus piernas, pero no puede por estar atada; ella va a tratar de empujarme, pero no va a poder por estar atada. Le voy a pegar, además de cortarla. La voy a tirar al piso. Se va a lastimar de tan gigantesca forma que yo lo voy a disfrutar.
Así ella va a sufrir.
Voy a tener que esperar que mis y sus cortadas hagan efecto, para que al final el paraíso que Dios nos anuncia sea traído a la Tierra. Así es como amo a ella y a su sufrimiento, mas nadie escucha mis gritos en el silencio.
Mas ahora sólo está al lado... a mi lado... la quiero... su sufrimiento...
¡Y ver sus lágrimas, quiero ver sus lágrimas! ¡Su sangre! ¡La tengo que cortar! ¡La tengo que lastimar! ¡Hacerla gritar! ¡Que pida auxilio! ¡La tengo que cortar! Me tengo que cortar... la tengo que matar...

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5 de Septiembre 2004

Lo sentido

uento: No sé qué decir de etse cuento. Sería demasiado y estoy algo cansado de escribir. No voy a decir nada. Perdón por no haber escrito desde hace mucho pero la verdad es que no encontraba tiempo. Bueno, nada más.

Desdichado aquel que tuvo siempre sus ojos abiertos, pues nunca ha visto, ni nunca ha observado. Que la vergüenza le llegue a ese que tratando descubrir no hizo más que mantenerse en su vacía ignorancia. Yo nunca había visto. Mis ojos no se habían abierto desde que han llegado a este mundo. No quería ver.
¿Para qué ver el sufrimiento cuando los pasillos sin fin ya son creados en mi cabeza? ¿Para qué mirar a la luz si con la oscuridad estoy escondido? ¿Quién querría ver aquello que no se debe?
Ustedes que ven no piensan; todo lo que ven, piedras, muros, sangre, nubes, es todo lo que es y todo lo que es no es más que un reflejo en sus ojos. Pobre, ustedes dicen cuando ven a alguien que cuando mueve sus ojos sólo ve negro (posible es que algún color atraviese su ceguera para llegar a su parte apagada, mas no es importante eso en este tema), pues ese no aprecia los colores, ni puede maravillarse con lo que la naturaleza le brinda. Muchos, ustedes, piensan que lo es todo, la vista me refiero, y olvidan que la vida sólo existe por una razón: esos mecanismos tan fuertemente trabajados, alguna vez olvidados por el hombre, hace tanto que ni mi memoria recuerda, y que ahora sólo cumplen la función de acompañar al monótono autómata.
Ustedes pensarán que trato que me miren en mayor estima; ustedes pensarán que yo simplemente quiero que mi ceguera sea un algo importante, un algo que me haga mejor. Entonces he de decir que mis palabras están erróneas. Ustedes no piensan. Si ustedes pensaran ¿por qué están sentadas leyendo? Algunas responderán que es por diversión, otras que es por cultura, pero pocos serían capaz de descifrar que están sentados por egoísmo. Eso es lo que los mueve. Si se sienten insultados, les pido que piensen. ¿Acaso no hay muchos sufriendo? ¿Acaso no tendrían que ayudarlos (no hablo sólo de darle pescado ni enseñarles a pescar)? Sin embargo, y aunque ustedes no se den cuenta, están sentados aquí buscando su propio bien.
Todos queremos que estemos bien. Ninguno quiere sufrir. ¿Y qué si hago esto para que me miren más alto? ¿Y qué si quiero que no sufran al mirarme? ¿Y qué si quiero mi propio bien? ¿Acaso no todos lo queremos?
Contrariamente, este no es el caso. Iluminado por vistosas velas que no dejan ver, voraces vientos que vigilan la escritura, paso a contar la historia de mi ceguera, pues ella nunca existió. Yo siempre pude ver, siempre pude pero nunca lo hice. Desde que mi madre con todo su sufrimiento logró traer tan gloriosa vida al mundo, nunca abrí mis ojos, nunca quise. Tenía miedo al principio. Tenía miedo de lo que entre ustedes es trillado, de lo que todos pueden ver y entre los que todos caminan. Esos fantasmas que me acosan ya desde mi nacimiento. Que están en todos lados, y sin los cuales el humano no sobrevive.
Después traté de borrar los fantasmas de mi mente. Los eliminé, y me di cuenta que no tenía que tener miedo. Sin embargo no quería abrir los ojos. Mantener los ojos cerrado me había mantenido vivo; era lo que me ayudaba a ver tanto, a pensar tanto. Si mi valentía los abría la magia desaparecería. Entonces los mantuve cerrados. Eso sucedió en mi adolescencia.
Con mis padres vivíamos en un pueblo, muy cerrado y muy pequeño, en el cual yo era amado y muy conocido. Ya sabía de memoria las calles y las casas, no era capaz de perderme; podría ser capaz de decir que era el que mejor se sabía el pueblo. Me aprendí de memoria muchas cosas, desde las estrellas que iluminan (aunque nunca pude entender iluminar) hasta las mejores tierras. Por eso supe siempre por dónde caminar, y por dónde oír los ruidos que muchas veces aparecen.
En esas épocas de perdición en aquel pueblo donde vivía con mis padres, me volví obsesionado con el tiempo. Me regalaron un reloj de arena, y cuando este se acababa lo daba vuelta. Nunca me separé de él. Estoy seguro que lo tengo en el bolsillo ahora. No, no lo tengo. No escucho la arena cayendo. ¿Por qué no lo tengo?
A veces caminaba con ese reloj por las calles, dándole la vuelta según medida.
Había acompañado a mi madre; a comprar los animales muertos que íbamos a almorzar. Estábamos caminando, los dos; el Sol nos iluminaba. Las rugosas piedras se sentían bajo mis pies; el frío viento nos empujaba; la lluvia empezaba a oler; las hojas se escuchaban cuando golpeaban el piso. Era el miedo del otoño; quizás era el medio de la primavera. Ella falló aquel día. Aquel día que fue el primero en que vi la muerte con su cara. Apareció tan de repente que hasta a mí, yo ser tan capaz de sentir, me asustó. Ella con su hoz. Trayendo a su horda de monstruosas deformidades, que vienen y encierran, para que el Sol sea escondido por la eternidad. El reloj se me cayó, pero nunca tocó el suelo. La muerte, ser indescriptible, quién a todos sigue, me habló ese día con palabras incomprensibles.
Se seguían acercando, me rodeaban a mí, en vez de a mi madre. Aquellas deformidades tan bellas, esos monstruos que como un ejército sigue a su general, seguían a la muerte. Unas palabras cruzaron el aire otra vez. Y yo no vi más. Otra vez mis ojos cerrados volvieron a funcionar. Pero aquél olor todavía queda en mi mente, el olor de la muerte, y aquél sonido, la voz del fin, tan tremendamente increíble, que quizás sólo yo soy capaz de imaginar.
Volvía a agarrar el reloj, que estaba en mi bolsillo. No se me había caído.
Asustado empecé a imaginar cosas, cosas tan horrendas, animales que buscaban llenar su apetito, que me perseguían a mí, por todo el pueblo. La gente me empezó a tener miedo, yo decía a veces palabras inaudibles; ahí fue cuando me di cuenta que del aire del pueblo me tenía que ir. Así fue como corriendo llegué a lugares desconocidos, todos de fuerte roca, e inodoros. Perdido y sin vista, como yo había vivido toda mi vida, cruzando amplios llanos, me caí en un profundo pozo. Sólo pocos saben por qué ese día no me lastimé.
El olor a humedad me perseguía, lo sentía a mi alrededor. El aire estaba muy pesado, apenas me dejaba espacio para respirar. No sentí el crepitar de ninguna antorcha, pareciera que ninguna quería prenderse ahora que yo estaba encerrado. Toqué las paredes, que no estaban muy lejos mío, y sentí su frío musgo y la latiente piedra. Sólo había dos. Era un túnel que necesitaba ser recorrido.
Algo me insistía en abrir los ojos, creo que era el miedo, pero yo sabía esto sería en vano. Usé todos mis fuerzas para mantenerlos cerrados; no necesitaba ver, la oscuridad ya me llenaba los espacios inalcanzables. Atrocidades de la naturaleza, todas persiguiéndome. Seguí caminando esquivando los seres inexistentes, a veces tropezándome con una piedra o resbalándome con el acuoso piso. Cuánto más me acercaba a mi meta, un algo que nadie era capaz de conocer, el frío más me rodeaba.
Mis piernas se helaban, mi olfato se repugnaba y mis manos sólo tocaban la acusante piedra. Mis pasos resonaban por todo el túnel, mas yo, igual, era capaz de oír. Unos pasos me empezaron a perseguir. Ruidos tan fuertes, lastimaban mis oídos. Una estúpida criatura me persiguió desde adelante, y por eso me di vuelta, para volver mis pasos, cada vez más cerca del ruido que tanto molestaba mis oídos. El sonido resonaba por todo el túnel, como persiguiéndome. Atrás una criatura, adelante lo desconocido. Los pasos se acercaban, un nuevo olor olía, algo tan horrible y degradante; parecía como un algo muerto, que ya no vivía.
El miedo tomó riendas de mi cuerpo y yo no pensé, y mis ojos se abrieron para ver todo oscuro. Los ojos me dolían, pero el ruido era más fuerte. Estaba ahí y no lo podía sacar; los pasos retumbaban cada vez más; eran de dos criaturas. La primera pasó sin verme, y no se asustó, como de imaginarse era, por el monstruo que yo me había imaginado. Sin embargo, se estaba escapando de algo, olía su miedo. Pasó a mi lado y miró para su atrás, y empezó a correr más rápido, soltando un leve alarido. Lo miré girando mi cabeza para atrás. El túnel estaba ahora iluminado y podía verlo bien a él; miró otra vez para atrás, viendo lo que tanto temía. Pronto desapareció como de si un fantasma se tratara, apagando las luces con un ruidoso sonido.
Los pasos seguían acercándose. Había podido ver que el pseudo-asesino que me perseguía se había ido, así que otra vez corrí para allá. El suelo fue pronto cubierto a mi incógnito, por una cómoda alfombra, y ya mis pies no tocaron el frío piso. Palabras comenzaron a correr por los pasillos, varias frases que repetir no quiero ni debo.
Estaba siendo perseguido. Mi nombre era repetido, me estaban tratando de hacer dejar la tierra a la cual tanto quiero.
Entonces mi valentía luchó contra mi miedo, ganando estrepitosamente, haciéndome frenar para darme vuelta. Vi algo tan horrible que va a ser difícil de describir, vi algo de lo que todo humano tiene miedo, vi algo de lo que quizás muchos temen. Ni mi corazón se atrevió a hacer ruido por un momento. Vi algo que no me esperaba y no me imaginaba: nada.
No había ruido, no había olor, no había monstruos, no había frío. Pensé que la alfombra había apagado los pasos, pero ni siquiera se sentía el roce de los pies contra el aterciopelado piso. Un olor distinto al de la muerte se empezó a emanar, el de la putrefacción. Empecé a seguir ciegamente ese olor, y ahí hallé un cuerpo. No sé qué criatura era aquella, mas era una de las más bellas que en mi corto tiempo había visto. Lástima me dio haberla visto muerta por aquella criatura que siempre me estuvo persiguiendo.
El cuerpo estaba todo desgarrado, le habían arrancado las patas, y por eso se había caído, su cabeza contra el suelo. Al ver todo esa carne recordé no haber comido desde hace días, y como un carroñero me apoyé en el suelo para empezar el festín. La carne era realmente rica, pero con repugnancia la comía, al saber de donde provenía y del ser que la contenía. Tan bello y tan perfecto era ese ser que preferí sólo comer para calmar un poco mi sedienta hambre, y beber sólo para calmar mi hambrienta sed.
Pronto y con miedo seguí mi camino por aquel interminable pasadizo. No tuve mucho tiempo corriendo hasta que vi una segunda criatura muerta, aunque no tan bella como la anterior. Mis instintos primordiales tomaron mi cuerpo, y no decidí sino que actué llevándome el cuerpo para hacia donde sea que yo iba. Pesaba demasiado, así que tuve que arrastrarlo y aminorar mi paso.
Caminando despacio, mucho menos que cualquier otro, llegué a un hermoso salón, iluminado por varias velas. Un mesa se encontraba lánguida en el medio, con sillas que proyectaban sombras a sus costados. Las paredes recubiertas de madera y ornamentas, varios cuadros y candelabros, estaban alejadas, mucho más que aquellas del túnel. Una puerta nada más entraba en aquella cerrada habitación, y no era por la que yo había entrado. Yo había encontrado esa habitación por medio de un pasadizo secreto o algo que tenía ese estilo; ya no veía por dónde venía.
Dejé al cuerpo en la mesa, tirado, y me descansé en una silla. Miré el todo que me rodeaba, cansado. Realmente muy cansado. No escuchaba nada, las velas se apagaban; cerré los ojos.
Me levanté no sé cuanto tiempo después, si días o noches, si años o meses. Sé que el hambre ya me había vuelto y a la criatura nada la había tocado, ni siquiera la podredumbre. Avancé mis manos hacia ella, y la empecé a roer, rompiendo toda la carne y hasta los huesos.
Mi mente vagó por varios instantes, pensando cuál criatura sería aquella que tan bella era en su ser. No había visto nada parecido, obviamente, pues mis ojos no se habían abierto hasta aquél decisivo instante. Seguí comiendo. Debía tener por lo menos un rudimento de inteligencia, pues había mirado para atrás con miedo. Quizá era un perro, quizás un caballo. No podía decidirlo ahora. Seguí comiendo. Pensé en mi deber para buscar estas criaturas y así saciar mi apetito de belleza. Terminé de comer. Continué con hambre.
Revisé en todos los oscuros rincones a la sala; no encontré ni un recuerdo. Abrí la puerta y salí sólo para encontrarme en un pasillo de madera, con varias puertas más. Esto debía ser una casa, o como más un castillo. Todos los cuartos estaban fríos y silenciosos. La búsqueda recompensó al buscador, pues en mi ignorante vista encontré la puerta de salida, que llevaba a una escalera demasiado alta, por la cual subí para salir a la noche.
Busqué por todo un suave campo, sin encontrar ningún ser parecido en belleza ni en inteligencia a aquel que había visto muerto. Llegué a una ciudad. Por fin vi a uno de esos animales. Estaba recostado. Debía ser un perro. Lo ahorqué. Se movió en sus últimos pasos. Fue mío. Lo destruí con mis manos en aquella misma fría vereda. Y pronto dejó sólo el olor repugnante que tanto me encantaba.
Creo que ahí ya todo fue curado, el hambre y la sed así como el placer. Volví a mi castillo. No dormí, ni dejé los ojos abiertos, sólo pensé y traté de vivir por mis espejismos que están en mi cerebro.
Después de tanto tiempo que pocos recordarán, salí en busca de mi próxima presa. Entré en la ciudad. Era de día. Había demasiadas criaturas bellas. Mi cabeza no aguantaba belleza. Mas ni eso fue lo que me encerró, sino que fue el darme cuenta, el pensar. No eran criaturas extrañas ni perdidas. Volví a mi castillo para acobardarme con mi pensar. Palabras resonantes en cada rincón, calentando cada ser. Esos ruidos que oí aquel día, que fueron peor que los que desde mi nacimiento acechaban y más que los que desde la muerte de mi madre me buscaban. Lo que oí, junto con lágrimas, salido de aquellos bellos seres fue:
-Ayer destruyeron el cuerpo de mi padre

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16 de Julio 2004

Esperando

uento: Me encanta cuando empiezo a escribir y no sé a dónde voy. Me encanta cuando tengo una idea pero el crear se me olvida y la historia toma otro rumbo. El problema es que después miro el cuento y me doy cuenta que varias de las cosas que me parecían que quedaban buenas no están. Esto fue lo que me pasó con este cuento. No me quedo tan bien. Ya me estoy aburriendo de hacer lso finaels casi siempre iguales, pero ma salen solos; parece que siempre todo va hacia el mismo lugar.

Este es el cuento:

Entra en ese salón. Lo mira medio asustado, algo esta cambiando, el cuarto no es el mismo que vio aquellas cosas. La ventana en la pared de frente muestra la luz, y la conduce alegre a la sala, donde una sóla silla la espera; nadie más la acepta. El polvo juega en el aire, como los pájaros que se animan ahora a salir del nido y a mostrarse en toda su belleza. No era el mismo salón definitivamente.
El hogar, a la izquierda, está apagado. Las cenizas sienten el viento que entra junto con la luz, mas deciden no escaparse, puesto que ellas tienen ahora miedo de salir; en vez de explorar lo externo, prefieren chocarse con la pared, mancharla más de oscuro color, para luego volver al piso, contentas por haber cumplido su cometido. Alguna decide iluminarse; pobre ignorante, las otras se apuran en coger la brisa, para taparla y ahogarla; esa ya no puede subir más a tocar la pared, y menos puede atreverse a mirar la sala.
La puerta de la derecha, se había cerrado de un golpe, tiempo antes. El ruido le había llamado la atención, y esa fue su razón para venir. Al ver el cuarto tan vacío, sólo con un busto de Palas arriba del hogar, siente la soledad. ¡Qué suerte tuvo de alejarse de todos! Mas nada podía durar para siempre, y la gente ya empezaba a agruparse; tan odiosa ella, nadie la quiere pero se sigue acercando, tampoco nadie la hecha; todos se ponen una sonrisa y miran. Pero él no. Ya era tiempo de que la agria multitud pusiera manos en todo, para destruirlo. ¡Y después dicen que tienen miedo a la soledad! Eso es lo que más deseamos. No queremos oír sufrir a alguien, no queremos sentir que alguien desaparece, ni tampoco queremos ver como todo se destruye. Y sin embargo tienen miedo a la soledad.
El hombre camina por la sala, y se sienta en la silla. Su cabeza gira mirándolo todo. Sonríe. Llora. Se levanta. Se sienta otra vez. Piensa en eso que no tiene que pensar. Y habla:
-¡Mira lo que has hecho, mira lo que has destruido! Y después te llaman Dios, todopoderoso, eterno y lleno de amor. Si estás lleno de amor y eres todopoderoso, haz que este sufrimiento pare; yo no quiero la libertad, ella no es nada comparada con al felicidad. Tú nos sacas las dos, no podemos hacer lo que queramos, y tampoco podemos sonreír lo que queramos. Si supieras aunque sea responder. Pero no puedes, eres inferior a nosotros. Nosotros te sobrepasamos con la razón. Tú no quieres eso, tienes miedo y lo sabes. Si realmente vives y existes, debes tener miedo, pues no vas a sobrevivir; aunque seas todopoderoso vas a morir. ¡Y por las manos de tu creación!
-No, no puedo tratarlo a Él así. Él me quiere, ¿qué es lo que hago? El ha dado la libertad al hombre. Somos sus ovejas y corremos libres por el corral, pero él nos dirige; el hombre ha perdido esta guía. Mas ya la encontraremos. ¡Oh, Tú, Dios que nos guía! Perdona mis ofensas y recompensa la buena acción de los necesitados; yo te ayudaré en todo lo que pidas, y dejaré que me encamines. Debemos seguirte.
Las cenizas quieren salir.
-¿Debemos seguirte? Ni que eso fuera posible. Yo estoy corriendo libre por el corral, y las demás ovejas me empujan. Ellas me guían y no me dejan ver. Y el pastor en el cerco nos mira, esperando a ver si algo interesante pasa. Claro que estará ahí para salvarnos si alguien sufre, pero también estará ahí para matarnos cuando no pueda satisfacer su hambre. ¿Recompensa la buena acción de los necesitados? Ellos son los que más alejados de Dios están. Y nosotros estamos peor. Ellos piden cosas materiales, y nosotros se la damos; ¡cómo si así la felicidad se lograra! Sólo piensan en lo que es, vamos a pensar en lo que pensamos. ¡Ésa es la verdadera felicidad!
Los pájaros cantan en los árboles, y vuelan buscando un lugar para residir.
-Entonces Dios no me aleja, porque yo soy libre de pensar y de elegir. Puedo hacer todo lo que yo quiera. Y Él, como el maestro que está en la sala, nos presenta todos los temas, y nos hace razonar para que lo entendamos
Las cenizas se esparcen por el suelo, la habitación se está llenando de humo.
-Puedo hacer todo lo que quiera, y tanto sufrir al elegir las malas acciones como disfrutar. Y Él, como mal maestro, sólo nos enseña, pero no nos obliga a que tengamos la felicidad. Si yo converso mientras Él explica, Él sonríe y no me lastima.
El viento entra por la ventan, mientras los pájaros cantan.
-No me quiere hacer sufrir; nadie disfruta al ser retado u obligado- las cenizas se levantan.
-Ya me hizo sufrir. Aunque no lo quiera- las cenizas se esparcen.
-Por eso lo mejor sería la Muerte, que yo termine con todo- el viento las frena.
-Hay que seguir a nuestro guía que Él nos da la verdadera felicidad- las cenizas es lo único que en la habitación mora, junto con una silla y una persona.
-Voy a simplemente sufrir hasta que me llegue el final.
-Aunque podría ahora buscar la felicidad.
-Y sigo discutiendo, ya no tendría que estar acá.
-Y sin embargo sigo, esa es la voluntad del Señor.
-Qué murió en la cruz sin salvarnos, pues todavía sufrimos, y no vivimos en el paraíso.
-Lo que tengo que hacer es no pensar. Pensar me saca mi sonrisa.
-Me tengo que para y ser feliz.
-¿Por qué sigo discutiendo?
-Dios no nos deja vivir en el paraíso.
-Tenemos que sufrir. Esa es nuestra misión en la vida. Y Su disfrute.
-Ya no hay más sonrisa. Ahora sólo pienso; no voy a estar feliz, pero voy a intentarlo. Dios no me deja, pero yo igual trato. Tengo que lograrlo. Voy a sufrir, voy a encontrar un cuchillo y ver salir mi sangre. Para que Dios sufre. Voy a encontrarlo y hacerle sufrir. Para que el piense y nos vea tristes, y deje de sonreír en su trono de oro.
Se quedó en la silla, sonriendo. Quería ver cómo todo se destruía. Lo estaba mirando ahora mismo. Aunque la oscuridad ya era total en todo el cuarto. Ni el busto de Palas se podía ver ahora. El humo seguía avanzando.
El hombre saca de su bolsillo un cuchillo. Pone las manos en la silla, y se las clava con el cuchillo; la sangre empieza a correr por el agujero de la mano. El humo no deja ver nada, pero los gritos aún así se escuchaban. El oxígeno ya a la habitación no llega, los pájaros paran de cantar. El Sol ya se va por el horizonte. Gritos se sienten en la habitación donde ningún ser vivo sobrevive.
-¡Sufre ahora Dios! Tú ya me hiciste sufrir. Escóndete y ten miedo. Porque hacia Ti estoy yendo. ¡Sufre! No voy a ir apurado, pero sonrío al pensar tus preguntas, tu incomprensión; tu misma creación te ataca. Como el alfarero que se de cuenta que sus piezas cobran vida, y de repente atacan. Porque él no las hizo iguales, no las hizo todas bien. Él quería vender a veces, y a veces sólo crear. Por eso alguna cosas no son iguales, el sólo las quería para conseguir su bien. Ellas suben por su piel y lo ahogan. Eso es lo que yo hago. ¡Mejor escóndete!
La habitación da vueltas, el humo negro se vuelve de todos los colores. Todo el mundo intenta atacar al hombre, todos los monstruos que allí se encontraban. Él ya no puede respirar. Palas sólo mira y se ríe. Le gusta verlo sufrir. Pero se cae y se rompe. Ya no existe. El hombre se acerca a la ventana para respirar. El aire fresco. Los pájaros ya no cantan, el Sol ya no se levanta.

Envinyatar: 7:42 AM | Comentarios (2)

14 de Julio 2004

Vuelvan a la muerte

uento: No pude poner los cuentos antes porque no sé por qué no me dejaba entrar a Zonalibre, y no me dejaba ni postear ni comentar. Bien ahora que puedo, les doy este cuento que me gustó más escribirlo que leerlo. Al escribirlo (sobre todo al final) sentí lo que se supone que siente el principal, sentí lástima y varias cosas más; pero al leerlo, todos estos sentimientos fueron un poco olvidados. No importa, al final, el cuento me gustó. Tengo otro pero lo voy a postear el viernes (si Zonalibre quiere).

El cuento es este:
Ya había cruzado el fuego que separa, aquella muralla que los paraba; nadie me había visto y pude cruzar tranquilamente, aunque seguro estoy que esos soldados sospecharon al verme tan vestido. No importa; eso quedó atrás, espero. Ya lo crucé hace tiempo, no creo que me sigan, no serían capaces.
Rápidamente miró para atrás, y vio un poco de reojo lo que estaba siguiéndolo: nada. Eso no hizo más que asustarlo, aunque él sabía lo que iba a pasar. Pensó en correr, aunque esto le trajera más sospecha; pensó en caminar más rápido, y lo hizo, sin saber que la gente ya lo miraba con miedo y pena. Tenían miedo, porque ellos habían visto a la Muerte, y sabían que esa era su cara y esos sus vestidos.
Las aves volaban ahora hacia la línea de fuego, el aire soplaba muy poco. El cielo estaba desvelado y el Sol brillaba en lo alto. El ruido tumultuoso de los humanos chocaba y se reflejaba, llegando a todos lados. Todo era de un color amarillento, todo excepto los largos vestidos de las mujeres, tan perfectas, que estaban para cubrirlas. Los autos pasaban de a poco, y siempre cada un cierto tiempo; la gente los miraba, y siempre cada un cierto tiempo. Las casa parecían todas iguales, y se repetían.
No debo dar más vueltas. Ya tengo que cumplir con mi deber. Ese niño. Sigo caminando, espero un momento mejor. Ellos son los que traen la Muerte, yo sólo se las devuelvo. Tengo que hacerlo. No me mires tu con esa cara; no llores. Yo vi el cuerpo de mi hijo tirado en el piso, muerto por SUS armas, no tiene ustedes derecho a llorar. Vi mi árbol morir, ustedes lo único que vieron fueron sus plantas pudriéndose.
¿Qué es esta pluma? Es una señal del que no puede ser mencionado por los ignorantes hombres. Es tan bella; ¡oh! Las aves están surcando el cielo. Los dragones deben estar persiguiéndolas; o quizás esta misma ciudad. La pluma es una señal, quizá me dice que tengo que terminar con todo, y rápido, porque las aves ya se están yendo; o quizá tengo que irme, para no cometer lo que ellos me hicieron. ¿Por qué haces todo tan incomprensible, ¡oh! Tú, Nuestro Señor? Ahora me dejas en las preguntas, y no sé a cuál responder. Espero otras señales y más seguras, para que yo no haga lo que no sea Tu palabra.
¿Qué es lo que estoy diciendo? Lo que hago es lo que Tú quieres. Estoy defendiendo mi honor y mi familia, estoy ganando para todo mi árbol ya caído la entrada al paraíso. Esa es la señal que Tú ya me diste, no necesito de más cosas.
Y siguió caminando, mientras todos debatían como esquivarlo. El calor estaba en subida. El Sol se dirigía justo a donde él quería. Las nubes ya por el horizonte aparecían y mostraban una oscuridad repentina. El Sol no era tapado, sino todas las cosas, todas las mentes, todos los humanos. Pareció el Sol dudar de su camino, mirando ahora tanta oscuridad, pero igual no paró de moverse. Era por tanta oscuridad por la que se movía.
Derecho a la tan arbolada plaza fue el hombre con esa campera tan grande, que era más grande de lo que realmente tendría que hacer. Los animales que estaban se fueron asustados por la Muerte que se acercaba, trayendo consigo las sombras que apagaban la luz del que ilumina. Y la Muerte sufría por ser la causante.
Sol, no me dejes ciego, estoy siguiendo tu camino, tú eres el que me guía. No puedo mirarte a los ojos, estoy viendo ahora todo nublado; son las gotas que caen. Más gente que me mira. Ya estoy en la plaza.
Los árboles se callaron; los pájaros retrasados dejaron sus silenciosos nidos; los nidos se cayeron, sin hacer ruido; los pasos resonaron y sin embargo todo estaba en silencio. La lluvia empezó a caer, y sí hizo ruido. Todo fue más calmo. La lluvia empezó a tocar los árboles, y también empezó a esquivarlos. Cada vez cayó con más fuerza, quería acabarse antes de que todo acabase. Se formó barro. Unos niños empezaron a jugar en él. Sus madres persiguiéndolos se resbalaban. No estaban contentas.
Todos empezaron a caminar más rápido, a alejarse de la plaza para llegar más temprano a la soledad y oscuridad de sus casas. Las mujeres seguían persiguiendo a los niños, y nadie las ayudaba; los niños seguían jugando. Un trueno. No hizo ruido. Los niños se asustaron al oírlo y se fueron con sus madres, manchando los esplendorosos vestidos de las mujeres. Un sonido cayó en los árboles. Tan hermoso era que todo se quedó quieto, a escucharlo. Todos sonrieron y hasta la lluvia ya no tuvo apuro en terminarse.
Era ahora o nunca. Los hijos están jugando, las madres los están cuidando. Están todos tan felices, nadie sabe lo que va a pasar. Están todos tan felices, no se les puede quitar esa felicidad. Estaban todos tan felices, cuando me quitaron la alegría. Ruego el perdón, éste es mi deber, soy yo el que lo tiene que hacer. Ya me lo hicieron, no fue de mi agrado, y ahora yo he de quitar esa alegría a todos como venganza de lo que ha pasado. El libre por el libre, el esclavo por el esclavo, la mujer por la mujer. Mas quien después de lo hecho se vengue, sufrirá un severo castigo. Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo. Darás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.
El tiempo me espera, es él el que me guía; esperaré a que la gente venga, para que vean su sufrimiento. Puedo sonreír ahora, mientras la lluvia me acaricia, quizás no caigas pero yo igual te siento. Estoy feliz. Esto es el final esto es lo que yo y todos queremos.
El hombre se arrodilló, y empezó a llorar, besando el suelo. Su alegría parecía haberse escapado, y no quería volver. Toda la plaza estaba esperando y todos alegres, porque ninguno el futuro veía. Mas todos en su interior sufren realmente, porque este es su último segundo, su último respiro, sus últimas palabras, su última vista. Y todos estaban contentos; todos sonreían.
Este es el final. Tú me ayudaste, te amo. Mi familia que ya me espera gana su merecido descanso. Se los estoy regalando, tómenlo y disfrútenlo. Todo parece que se apura ahora, tengo que hacerlo. Esto es cuando todo se termina, así es cómo se siente. ¿Realmente quiero hacer esto? Podría darme la vuelta y seguir, como si nada hubiera pasado. Podría pensar en otra cosa, y dejar todo olvidado. Voy a olvidarme de todo; todo el sufrimiento que me hicieron: me voy a olvidar de haber tenido a mi hijo de la mano, caminando suavemente, él saltando, yo pensando; tan contentos en aquel Sol que brillaba, aquel día que parecía tan bueno; me tengo que olvidar de verse opacar el Sol, y que una luz más fuerte surgió; de ver gritos y de oír a mi hijo cayendo; tengo que olvidarme de todo, de haberlo tenido en mis brazos, mientras me llamaba, mientras sus sangrientos labios se movían, saludándome, todavía contento; tengo que olvidarme que el ya no sentía y que no sufrió; que sus ojos brillaron, antes de no brillar más; no salieron lágrimas de su rostro, aunque sí de toda la gente; tengo que olvidarme de todo, mi hijo ya no sigue en mis brazos, yo ya lo he dejado; esto lo dejo en el pasado y lo olvido.
No. Mi hijo está muerto. Tú me lo mataste. ¡Asesino! Tú lo hiciste. Y ahora juegas en el barro. Molestas a tu venerada madre. ¡Asesina! Y todos sonríen. Lloren, por lo menos lloren. Sufran. Muéstrenme sus triste caras. No pueden, no saben cómo hacerlo, sólo saben provocarlo. ¡Asesinos! Todos ustedes los son. Mataron a mi hijo; me hicieron tenerlo en mis brazos mientras lloraba. Y yo los vi. Ya está, mueran todos ahora. No hay niño, madre, padre, o Dios que se escape ahora de esto. Nadie lo puede parar, como nadie paró a la explosión que mató a mi hijo.
¡Lloren! Porque el final les ha llegado. Tengo que sonreír. Estoy alegre. Ustedes ahora son los que van a sufrir. Yo soy el que lo hace. ¡Me río ante sus caras tan alegres! Escuchan sólo el sonido de un árbol. No están prestándome atención.
-¡Sufran ahora, estúpidos! Ustedes me lo hicieron y ahora sienten lo que yo siento. Estoy provocando lo que me provocaron. Ya saben lo que voy a hacer. Todos ustedes me vieron entrar. ¡Qué traje tan grande! ¡Sufran!
Y mientras todo volaba por la gran luz que ahora se irradiaba de aquella persona, que ya estaba desapareciendo por lo que hizo (al igual que todos los que tenían sus caras felices, que justo antes habían estado tristes, y todas las cosas que sentían la gran explosión), el agua volvió a caer, las hojas volvieron al otoño, y los pájaros se alejaron más.

Envinyatar: 9:27 PM | Comentarios (4)

11 de Junio 2004

(Sin título)

uento: Estoy asistiendo a un Taller Literario del liceo. Como se imaginarán, al ser del liceo no es la gran cosa, pero bueno, en algún lado empezé. Para la última sesión, tuvimos que escribir algo que saliera de nuestro mundo interior, algo que tenga que ver con los pensamientos, las obsesiones los sentimientos.
Lo más divertido fue que me "obligaron" a leer mi cuento, porque así me sacaba la vergüenza. Me puse tan colorado. Fue divertido (no mientras duró).

En fin, éste es el cuento:

Veo vastas praderas, anchos campos, el verde pasto y los fructuosos árboles. Mis pasos son tan suaves que ya no escucho los gritos de los pastos muriéndose; sólo aterciopelada música es la que llega a mis oídos. La alegría me rodea, y sólo veo aquello que miro; me olvido de la verdad que pasa, y sólo recuerdo aquello que entra en mi mente.
Pronto vi llorar a los pastos, rendidos a mis pies, pidiendo mi salvación; pero yo dejaba que el fuego aparecido los consumiera, intentando sólo con mis lágrimas apagar la luz y ver en la oscurdad. Corría y corría, pero seguíame el lamento, atormentando mis pensamientos, para cercarme junto a la Muerte. Me acosté para sufrir con ellos y para que mis penas acabasen.
Sólo quedaba tierra negra, y yo acostado sobre ella, mojándola. Me empujé y miré al cielo, todavía el Sol brillaba; mis lágrimas fueron secadas y una sonrisa nueva apareció en mi cara. Creció mi esperanza al ver aquella flor, que tan bella sobresaltaba; caminé para llegar a ella, y la corté de su vida. Tomándola en mi mano vi como se convertía en polvo, que el viento se llevaba.
Vi los pájaros que por el cielo viajaban. Quizá buscaban un lugar mejor, aquel donde los pastos son verdes y las flores todavía viven. Mas sus sueños fueron deshechos rápidamente. El Sol se apagó y las nubes cubrieron a esos seres, pobres, que nunca van a llegar a mi destino.
Corría otra vez con las lágrimas en mis ojos; intentando de tomar el pasto, me tiré al suelo. Hizé un grito que fue inaudible, cerré mis puño agarrando la inerte tierra. Rogué a los dioses, a todos, que me quitaran el alma; pero mi cuerpo ya no existía, allí sólo estaba mi inmortal espíritu.

Envinyatar: 8:13 PM | Comentarios (5)

7 de Mayo 2004

El Final

uento: Hasta yo me quedé sorprendido cuando creé este cuento. Lo acabo de crear, hace unos minutos que lo terminé, y demoré sólo algo así como una hora. Me encantó, no me pregunten por qué. Le puse muchas metáforas porque me encantan, aunque quizá no se noten mucho. Sólo lo leí una vez (más la vez mientras lo escribía) pero pienso que me quedó muy bueno. La verdad es que no tuve ganas de corregirlo, así que quizá muchas cosas no tengan sentido o tenga faltas de tipeo (quizá también faltas de ortografía).

Mis pies se movían y mi cuerpo se adelantaba. Veía el fuego y la muerte; sonría al ver como todo lo que una vez había sido ya no era más, destruido por el que siempre fue y el que siempre será. Edificios construidos con avaricia, con grandes figuras, de tantos colores; con tantas penas hechos, por tanto egoísmo construidos. Sentía los gritos y los lamentos, la piedad de los que pecaron, que ya estaban preocupados, pues ellos bien sabían que vidas había destruido, y que el mundo habían deshecho.
Todo esto veía, pero a mí nadie me tocaba, todos pasaban a mi alrededor y se chocaban conmigo, como si yo no estuviera; me intentaban matar y no podían, la locura ya había tomado sus mentes. Veía sombras que pasaban de un lado al otro escupiendo fuego; veía nubes blancas que volaban por el estrellado Urano, que caían al tocar las sombras; criaturas moraban en la tierra, y comían todo, sin preocuparse por lo que sea, y chocaban contra todo, destruyendo sus propias huellas, sin dejar rastro.
Todas las criaturas se posaban a mi lado, y caminaban junto a mi, esperando mi aprobación, para que hagan la venganza que hace tanto había sido predicha, y que estúpidos humanos habían olvidado. Ellas disfrutaban conmigo el atardecer, disfrutaban todo lo que veían: el cielo rojo, las nubes negras, los gritos rotos, las tristezas estas; conmigo disfrutaban y me sonreían, era yo el rey de todo, el genio de la destrucción. Organizaba la desorganización, la destrucción del que destruye, para que nunca su sonrisa triste, vea la cara feliz de animales o fieras.
Un pobre hombre con su niño en sus brazos vino, y se arrodilló ante mis pies; él era el único que entendía. Me besó la mano, y me pidió piedad. ¿Acaso el hombre sintió piedad cuando la naturaleza reclamaba lo suyo? No, ni siquiera si inmutó. Tenía un niño, ese niño del futuro, al que ya muchos veces hemos dado oportunidades, pero no sólo nos han defraudado sino que con más cuidado, destruyeron todo a su paso, y ni siquiera me besaron la mano. Agarré del cuello al hombre y lo levanté a sus pies, pronto pasó una sombra y el hombre sólo pudo tirar dos lágrimas que rozaron mis botas. El niño había quedado en el piso, y lo agarré y lo tiré a mis bestias y ni llorar pudo, ni lamentar intentó, porque ni su propio destino era conocido por las Parcas.
Tenía todo en mi mano, todo el mundo, todo el fuego, toda la vida; yo dirigía todo, había conquistado el destino de los hombres. Tiré el fuego y la ira, y todo quedó quieto, ni el fuego que todo lo come se siguió moviendo; negro trono se levantó del suelo, me senté en él mirando hacia donde el Sol bajaba, donde todos los puntos se unían. Y me quedé quieto, tanto tiempo que el humano no podría imaginarlo, y ustedes se quedaron quietos tanto tiempo que no podrían imaginarlo; otra vez se movieron y yo los veía pasar tan rápido que ni su desesperación veía. Así fue como una sombra blanca vino caminado despacio, desde el atardecer hasta donde yo me encontraba. Yo, con una reverencia me bajé del puntiagudo trono, y lo dejé a él sentarse:
-¿Quién es usted que osa venir hasta cerca de mí tan despacio, sin observar ni llorar por todo lo que pasa en su oscuro alrededor? Supongo que eres un Dios, y por eso te cedo mi asiento; supongo que vienes a mirar el final, y por eso te cedo mi asiento; supongo que vienes a terminar y por eso te cedo mi asiento. De cualquier forma, tu grandeza es dicha por tu mismo ser, y si no quieres contestarme no tienes ningún deber de hacerlo.
-No soy ni un dios ni una figura semejante, yo soy la Muerte que viene a tratar de terminar la masacre, y así lograr la paz para que se pueda vivir tranquilo. No tengo grandeza, lo único que tengo es respeto por ese ser que fue creado, por ese ser que pareció ser tan maravilloso. No necesito de tu asiento, pues no estoy cansado aunque haya caminado de lejos; no necesito tu ayuda, aunque no voy a poder contra esto sólo; no quiero tu piedad porque no eres más que el final. Me preguntas cómo me atrevo a acercarme, pues te cuento que soy un enviado que viene a terminar esto, no tienes que destruirlo todo; me enviaron a que te destruya si esto es necesario. Ya contesté mi identidad, ahora muestra la tuya que ningún dios que habita el anchuroso Urano ha sabido decirme.
-Yo soy la simple creación del final, yo soy la destrucción. Fui creado para terminar con todo esto. No fui creado por alguien, sino que soy la razón de mí mismo, yo siempre existí y nunca existí; vengo para el desorden final y soy un enviado de mí mismo. Dices que vienes para terminar con mi destrucción, pues no serás capaz, tus palabras no son más que inservibles para mi; yo razono lo que me dicen y yo doy razón de lo que digo, sin embargo tu nunca has dicho por qué quieres terminar con el sufrimiento de los mal hechos humanos que deshacen todo construyendo para ellos mismos.
-El humano habrá destruido, pero dio tanta vida que ha conseguido el perdón de los dioses, los que me envían para empezar de vuelta, para darle otra oportunidad al humano, que se la merece. Tú no tienes sentimientos y por eso no vives y no existes, destruyes todo por venganza y no piensas en una segunda oportunidad; si no quieres terminar con todo esto pronto tendré que matarte.
Ya el Final pensaba lo que pasaba, la Muerte lo había dejado pensando. Sabía las respuestas, sabía cómo contestarle, pero si la destrucción la Muerte traía de parte de Dios, entonces él ya no iba a existir más. Por primera vez sintió miedo, y no sabía lo que esto era. Y sonrió al ver la muerte de todas las personas, al ver las sombras que pasaban y las criaturas que ahora comían todo; con una mano señaló a todas las cosas, como diciendo que esto era lo que el humano había hecho, que esto era lo que el humano había pedido, su propia destrucción.
Miró el atardecer y lo disfrutó, y lloró al ver como todo se destruía, mientras sonreía. Eran gotas de alegría las que caían, tan buenas que al tocar el suelo se evaporaban; reflejaban la luz del Sol que ya no estaba , e iluminaron todo. Entonces el Final le contestó a la Muerte:
-Llora tu también, pues ya no podrás lograr tu propósito. El hombre destruyó tantas cosas, destruyó todo lo que era bueno y yo conocía, las cosas que yo quería, las cosas que yo disfrutaba. Ahora ya no queda nada, ellos me comieron mis árboles, ellos se comieron mi felicidad; ahora yo me como la de ellos, me como sus construcciones para que tengan lástima y vean lo que es ver sus casa muertas, me como su felicidad con el fuego, y ellos sufren mientras yo disfruto. Puesto que ya no necesitas el asiento, yo me sentaré a observar el final antes de que me mates. Ya no puedes hacer nada, y me río con las lágrimas que están corriendo por mi cara tratando de que todo se termine pronto y que yo pueda recuperar mi felicidad antes de que tú me la quites.
Se sentó el Final en su silla, y observó todo mientras sonreía y se daba cuenta de las lágrimas que corrían por sus mejillas tratando de que todo se termine rápido. Así la Muerte lo vio y simplemente respondió:
-Tu alma será tomada y torturada hasta que se logre otra vez al hombre y que todo se construya de vuelta. En es momentos serás liberado y convertido en mortal para que sufras lo mismo que a los que hiciste sufrir. Vas a ver su pena y vas a tenerla, y no vas a poder hacer nada, y yo me voy a reír mientras esas mismas lágrimas van a recorrer tu cara. Ahora dame tu alma, pues tu cuerpo ya no sirve.
Mientras el asiento volvía hacia la tierra y mientras el fuego se apagaba y las sombras ya se iban junto con las criaturas, y con las almas de los hombres, yo, el Final, contesté: -Pues entonces que este sea el final de todo, así lo digo y así será- y no quedó todo y sólo quedó nada.

Envinyatar: 11:36 PM | Comentarios (7)

6 de Mayo 2004

La noche

uento: Este es un cuento que me quedó medio raro. No me gusta mucho, porque no me parece que tenga espíritu. Lo que quiero decir es que sólo me parecen montones de palabras que junté sin sentido; una razón es porque empecé escribiéndolo pensando en un estilo, en una forma de decir tal cosa, pero después decidí hacerlo de otra forma queriendo decir una cosa parecida, pero no la misma. El título se refiere a que la noche es la oscuridad, lo malo; y que además todo lo que sucede, sucede de noche, porque trata, otra vez, de un vampiro.

La historia que viví, ahora he de contar. Pues como una criatura de la noche, mi “vida” estuvo rodeada de muertes; mas esta muerte quedó fijada, porque la peor y la mejor fue.
No piensen en mi como un asesino, pues ustedes mismos asesinan; mírase nada más su comida, y se ve que la muerte es su vida. No pueden vivir si no matan, pues yo tampoco. Y no se crean que salvan al mundo si comen esa porquería verdosa, porque, déjenme recordarles, el pasto tuvo vida, tanta vida como un lobo. Un lobo que es más inocente que una “criatura inteligente”.
El lobo... mi recuerdo lo incluye, pero mi razón lo destruye. Porque imposible era que yo parado, pudiera ver a un lobo detrás de la casa ¡No estoy mal y he de demostrarlo! Pues si mal estuviera, no sería capaz de buscar al animal. Y lo encontré, todo achicado, ante aquella figura que se retorcía como si se estuviera ahogando. Parecía que la figura estaba en su fin, y claramente, como haría cualquiera, me acerqué. Lo miré. Y el odio me creció. Era él, aquel que no acepta sus errores, aquel que mata para ganar egoísmo, aquel que yo fui, pero dejé.
Como venganza me le acerque, y mi boca abrí, y lo mordí. Lo mordí tan fuerte que su carne quedó en mi boca, como un simple carroñero. Se lo merecía, su pena iba a seguir, y yo aproveché la situación para alimentarme.
Me alejé del lugar, mi espada colgando a mi costado, y decidí que mi hambre era mayor a mi decisión. Entré en una casa. ¡Pero qué estupidez cometí! Esa casa estaba bien formada para ser de gente de mal vivir, mas esa era la razón de que a mi decisión de entrar me tendría que haber rehusado. Porque, como todos nosotros sabemos, una casa llena no atrae sólo los comedores de sangre.
Caminé hasta el cuarto principal, ubicado en el piso superior entre el cuarto de sus hijos y el de los huéspedes. Cuando entré vi sangre en el piso, mi instinto me hacía agacharme, mas yo no soy un simple humano. Entonces miré al cuarto, la ventana estaba abierta, la cómoda estaba abierta, las camas vacías. En el piso cubierto por la sustancia rojiza, yacían dos cuerpos, mutilados. Uno era de una mujer, bellísima, con pelos rubios teñidos por muerte, y con cortes, tanto en sus ropajes, como en su pálida y triste cara. Al lado de ésta estaba, colocado de forma extraña, formando una “V” con su esposa, el hombre. Mas no tan mutilado, sólo con un corte en la yugular.
Pero cuando quise acercarme a los cuerpos frescos, un frío me recorrió la espalda, y me llegó a la parte central de mi cuerpo. Un cuchillo estaba clavado en mi capa, y con una vuelta, revoleando mi gran ropaje negro, mordí a la víctima en el cuello. Y me saqué el vencido cuchillo, y con varios movimientos, formé cortes iguales a los que estaban formados en los cuerpos del piso.
Lo miré a la cara. Tenía una cara de desesperación, una cara de terror, mas no muerta, pues ahora él inmortal era. Lo mire a sus grandes ojos verdes, una sensación extraña me recorrió, por un momento pensé que no podía ser él... mi propio hijo. Asesinado por un cuchillo ya cansado y extrañado. La misma arma que había tratado de matar a un progenitor, en la cara del creado se encontraba, dejando marcas imborrables, que ni doscientos años quitarían.
Me tenía que ir, no podía quedarme ahí, no me podía ver... a su padre, su asesino, su creador y su destructor, el que abandona, el solitario, el que no piensa... Me escapé por la ventana, cayéndome en el piso, sintiendo un sonido de que algo se rompía, pero sin dolor. Y el lobo se acercó, me mordió, y como un reflejo, con mi espada le corté la cara. ¡¿Cómo iba a vivir esa maldita vida que me había tocado?! La misma que a mi hijo había pasado. No me podía parar, me quedaría ahí por toda la noche, hasta que el Sol me vea, me muestre, y yo desaparezca, cayendo en el mismo grupo que ustedes, malditos hombres. En la madrugada La Estrella todavía no había salido, y la gente pasaba a mi lado, como un depredador pasa junto a su presa. Malditos egoístas. ¡¿Por qué no me ayudaron?!
Mas yo sí recibí ayuda. El lobo que se había quedado a mi lado esperando toda la noche, me agarró, y me arrastró hasta una cueva, sabía lo que hacía. En la cueva me protegió de la maldita maldición.
Esa cueva era acogedora, no obstante, no mucha luz entraba por la pequeña brecha. La abertura tenía una forma redonda, la piedra estaba tapizada con gris y gotas.
Yo estaba recostado en el medio de la “casa”, esperando para ver si la figura salvadora retornaba de su viaje. Mas no regresó en todo el día, y yo me quedé sin hacer nada. Pues en la noche yo no iba a salir, demasiada depresión y desesperación me perseguían. El recuerdo de mi hijo me alejaba de otras muertes, no podía arriesgarme a hacerle daño a otro conocido, sería demasiado para mí.
El animal regresó con algo en la boca... ¡Era una parte humana! Me acerqué a él, y se la intenté quitar, mas la bestia me rezongó. Me senté de vuelta en el piso, pensando en mi infinidad, en mi hambre, en mi disgusto, en mi odio. Iba a vivir en una cueva para siempre.... Mas en ese momento decidí salir. Y cuando salí vi que volviendo la luminosidad estaba, e intenté entrar de vuelta, pero un rayo maldito me acarició el brazo, y me provocó una quemadura.
Para calmar el dolor de la piel saliente, puse mi brazo en el charco que formaba una depresión en el piso. Mas no calmaba, al contrario, mi piel se empezaba a abrir, y la sangre empezaba a cambiar de color el agua. La quité enseguida, el dolor me mataba. Me caí y mis ojos se cerraron.
Pronto me levanté, y pude llegar a ver como el lastimador se alejaba, para dar paso a la verdadera luz, la luz de la noche. Y entonces salí. Pues por fin me había animado a tratar de encontrar a mi hijo, algo interior lo hacía.
Caminando por las calles de piedra, pisando el frío que ahora cubría todo lo que me rodeaba, me encontré con una figura en el piso. Tenía forma humana, pero no del todo, parecía desfigurada, casi sin cuello, con sangre vertiendo como un manantial de unas heridas creadas por un igual. Por mi hijo.
Después de quedarme con la culpa de alimentarme, salí en la búsqueda de un ser que se escapaba, el que algo no aguantaba. Porque, de lo que mi pequeña y añejada mente puede recordar, el principio de otra vida, rodeado de inseguridad está, rodeado de culpa es, y llega a ser inimaginable para personas que el mayor sufrimiento es la muerte, no la vida.
Ya no lo quería ver, era seguro ahora que su escape no era debido a ninguna inseguridad, él me había reconocido, él había reconocido a su asesino. Y volví a mi pequeño hogar, donde el lobo otra vez parecía haber disfrutado de su alimento, con la boca llena de ese gustoso líquido.
Mi vida interminable me creaba problemas, no podía creer que mi hijo me temiera, no creía nada, me recosté en el piso y dormí.
Al despertar, la noche había vuelto, y entonces salí, tenía que comer otra vez. Caminé por muchas calles, hasta que encontré una mujer, y se quedó casi sin vida en el piso, como si estuviera ya muerta, y decidí dejarla así por un momento.
Rompí una ventana, y me corté a mi mismo, sin quererlo, y agarré una de las estacas que se formaron la madera rota, y la clavé en el medio del pecho de la reciente creada criatura. Y corrí, mas no sé si la había matado, y me caí al piso, enfrente de una botella.
Decidí hundirme en el futuro de la botella, por la vida horrible, tomando el líquido que encontrábase dentro. Pronto vi varias figuras que se acercaban, mas eran muy desfiguradas y difíciles de decodificar. Además se movían demasiado. Me mareaban, intenté correr, pero me caí, en un charco, boca bajo, mas enseguida me di vuelta. Las figuras seguían ahí.
Me paré, y las ataqué con mi espada, y con la recién creada arma, mas pocas veces les hería, parecía como si fueran sólo fantasmas. Me caí por el esfuerzo, y no aguanté más este sueño, y me fui a otro.
Abrí mis ojos con un poco de mareo todavía, mas la figuras aunque medio raras, eran reconocibles. Había vuelto a la cueva, no sé cómo ni cuándo. Quizá el lobo me había ayudado. Él estaba comiendo, lo que era, esta vez, todo un cuerpo, mutilado, como si hubiera muerto con una espada.
La cara era todavía reconocible, pero yo no me podía casi parar, ni tampoco podía ver bien. Mas mi corazón me avisaba, mientras veía al cuerpo atravesado por una madera en el centro, que tenía que ir a ver. No podía ser otra vez aquel ser. Todavía sentía unos latidos que venían el cuerpo. ¡¿Cómo era posible que siguiera vivo?! Mas vivo no estaba, nada ni siquiera una bestia de la noche podría haber sobrevivido a eso.
Mi corazón seguía diciéndomelo, pero yo no lo creía, mi corazón siempre me había engañado, me había hecho sufrir, me había hecho lastimar. Mas esta vez era verdad, la cara se volvía más clara ahora que me había parado enfrente de el hombre. Y vi otra vez esa cara de sufrimiento, la cara de mi hijo. Miré al lobo. Al lobo asesino.
Mi espada estaba ahora tirada en el piso, y con mi gran agilidad la agarré, y la moví en sentido horizontal, viendo como saltaba sangre y una cabeza, que rodó por el piso hasta mis pies. La tiré al charco, y vi como se pudría la vida de esa bestia horrible. Agarré la estaca con asco, el corazón que me venía atormentado se frenó, mas no me di cuenta, y con la madera rompí el cuerpo del lobo.
Me di cuenta de mi error mucho después, cuando la vida de todos en la cueva estaba fuera, excepto la mía. Y me di cuenta, y recordé todas las imágenes de la muerte de mi hijo, viéndome como lo hacía. ¡¿Pero como me podía ver!? Era muy tarde para arrepentirme de cualquier cosa. Miré al Sol.

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3 de Mayo 2004

Polynice y Alecto

uento: Polynice es el nombre del personaje masculino principal, Alecto del de el personaje femenino principal. Los dos son nombres que pienso poner en un cuento largo (o novela, por la longitud que espero vaya a tener); los dos tienen toda un historia detrás (de la mitología griega). Esta historia además está relacionado con toda la "novela" que (¡oh, qué original!) trata sobre vampiros y fantasía. Ya sé que este tema fue tratado muchas veces (aunque en realidad yo no leí nunca un libro que se refiera a eso), pero yo no lo hago por original ni nada, lo hago simplemente porque me gusta escribir, y esta me pareció una excelente aventura para vivir. Es mi primer "novela" (lo otro que había parecido y que se puede llamar más o menos así, era un cuento sobre Harry Potter, y que quedó horrible), así que como no sé nada serio sobre escribir (espero algún día aprender en serio), va a salir cualquier cosa, pero no pierdo nada en intentar.

El primer nombre (tanto como el segundo) viene de la mitología griega: Polynice era hijo de Edipo (el que se mató a su padre y después se casó con su madre), y su hermano era Eteocles (sus hermanas eran Ismena y Antígona); como Edipo, al enterarse que había tenido cuatro hijos de su propia madre, oró a los dioses para que desgarrasen el seno de su familia, los dos hermanos masculinos decidieron separarse: Polynice se iba a desterrar de Tebas (la ciudad de la cual era rey Edipo), y Eteocles se iba a quedar en la ciudad siendo rey, intercambiando el reinado con su hermano cada año. Pero Eteocles al ser Rey, no quiso dejar su puesto; al ver esto Polynice, reunió un ejército dispuesto para sitiar Tebas. Después de hacer esto, dió una opurtonidad para hacer un tratado de paz, pero los dos hermanos no llegaron a un acuerdo. Después de una ardua batalla, los dos hermanos decidieron definir el ganador en sus propias manos (Eteocles dio la idea). Después de que Eteocles rompió la lanza de Polynice se enfrentaron con espadas, y el primero se la clavó en las costillas del segundo; pero el segundo, moribundo, hizo lo mismo con Eteocles. Así murieron los dos hermanos frente a una de las siete puertas de la ciudad de Tebas, los dos acostados juntos. Elegí ese nombre por varias razones: primera, son dos hermanos (no tiene nada que ver que sean hijos de Edipo), que salen del mismo lugar (lo mismo digo que pasa con hombres y vampiros); uno es desterrado y olvidado por la avaricia del otro (con hombres y vampiros pasa lo mismo); tercera, Polynice decide rebelarse contra su hermano y matarlo (los vampiros matan a los humanos; cuarta, los dos se terminan matando juntos (como estoy seguro pasará entre vampiros y humanos). Creo que esas son todas.
El segundo nombre, Alecto, es más fácil de explicar. Alecto es una de las tres Furias, que arreglaban los errores de Minos, Eaco y Radamanto (los que dan en el Hades, penas o regalos a los muertos, segun corresponde); además, son los que cumplen la venganzas de los dioses, y azotan a los criminales. Esto se relaciona con los vampiros porque yo pongo a estos como los que limpian la sangre de los humanos. Además, las Furias fueron temidas por varios pueblos, lo mismo que pasa con los vampiros.
Esto es todo lo que puedo decir por los personajes; ya escribí dos capítulos, pero quedaron muy cortos, los voy a repensar, manteniendo la idea general y haciéndolos más poéticos.

Envinyatar: 3:01 AM | Comentarios (8)

14 de Abril 2004

Fugazmente

uento: Este es un cuento que trata de una mujer que se suicida; se ven todos los pensamientos que ella tiene al estar por morir, todos los razonamientos, y todas las razones de su suicidio. Con este cuento simplemente quería demostrar el sufrimiento y el dolor, y como la mente puede ser llevada fácilmente por momentos de pena extrema. Había más cosas para decir sobre el cuento, pero en este momento no me las acuerdo.

El viento rozaba su blanca piel mientras ella caía hacia el abismo. Aunque estaba esta cubierta por el tejido blanco, con el cual toda la alegría había venido, y con la cual toda la alegría se había escapado. Su mejor sacramento este reflejaba con cierto aire de ironía. Los cabellos negros ascendían por el aire, logrando que parezcan una verdadera estela, un fantasma de su desaparición.
Los recuerdos le recorrían la cabeza con la velocidad con la cual las ventanas pasaban, yéndose de abajo hacia arriba. Estos le hacían llorar, aunque las gotas subían, dejando simplemente una línea en la cara, por la cual el frío penetraba. Pero una risa sarcástica apareció en su cara, en el turno del hombre, el hombre que al mismo tiempo que le había dado vida se la quitó, rompiéndole el amor, apagándole los sueños.
Aunque un fuego seguía encendido dentro de ella, prendido estaba este con distinto alimento. Antes amor, ahora odio, odio hacia la vida, hacia los seres, hacia quienes la mataron, la cegaron y la llevaron hacia el lugar sin retorno, que sólo podrá ser roto por el salvador, por el Mesías. Ese odio hacia la persona no puede ser descrito, es un odio de muerte, un odio asesino.
Uno que se estuvo formando en varios meses, creado por las heridas que crea el amor y el humano. Ese odio fue formado por su esposo. Ella todavía recuerda su casamiento, todas las caras hipócritas, felicitando, llorando por falsedad, sólo pensando que se habían casado y que ese era motivo de felicidad, no pensando en la realidad. Por un simple acto. La gente que no la conocía la saludaba en la mejilla susurrándole en la mente su próximo error. Pero estos avisos eran descubiertos no por muchas personas. Y ella no entraba en ese grupo, mas pronto iba entrar por la puerta dañada.
En sus primeros meses de casamiento, ellos se quisieron, como se reflejaba en sus apasionadas cenas. Mas nunca supe si realmente el la amaba o no. Mi hermana siempre lo hizo, por eso cuando su sangre empezó a correr por su pálido cuerpo ella se asustó. Muchas noches llegó a mi casa con desesperación, la luz de una nueva vida se acercaba y el esposo, al que ingeniosa y esquivamente no nombraba, no daba la menor señal de alegría, ni en su cara, ni en sus acciones. Yo la cuidaba cuando podía, pero los peores tiempos asolaban, y nuestra madre a la muerte había llegado por medio de una peste, igual que el amor de mi hermana.
Entonces por la sucesión de tristezas ella se dirigió hacia su apartamento, donde el miserable hombre se encontraba, con el vestido de novia, algo que incomprendido por mi pensamiento. Estaba cegada por un fuego, igual a cuando cometió su casamiento, tan cegada que no se acordó la responsabilidad que cargaba por obligación. Y sin pensarlo tomó el medallón de oro grabado con el signo irreal e inventado del amor, regalo de casamiento de su propio esposo, y lo lanzó por la ventana. El esposo ni se inmutó, se había quedado impactado por el golpe que la puerta había dado contra la pared llena de cuadros e imágenes. Mientras el oro atravesaba la ventana, un sacudimiento tiró todos los cuadros de su casamiento, y todos los impagables regalos que se habían entregado el día del sacramento. Pero lo más extraño fue que la llama en la chimenea que, con ayuda de los dos esposos, siempre había estado encendida, se apagó. Entonces fue cuando ella vio lo que había cometido, y notó la pena que iba continuar a la preparada muerte. Mas su mente funcionaba de forma distinta a su cuerpo, siempre lo había hecho. Mató a su esposo con la espada que había estado acarreando desde el lugar donde la idea había nacido. La sangre corría como un río sobre la madera del suelo, adentrándose en la profundidad, tapando la entrada de aire.
Por la ventana entraba el viento que le indicaba su destino, y ella no lo desafió. Entonces, sin ninguna idea corriendo por su mente, camino hacia su fin, hacia su principio. Sin nada de lo que hacía por su cabeza, ella apoyó su pie en el marco de la ventana. Vacía su mente estaba cuando se paró en la ventana y vio como todo era lúgubre, como todos las estructuras la encerraban, como todas la luces la encandilaban En ese momento su conciencia se despertó, y se dio cuenta que no podía ir para atrás, que ese era su destino. Soltando todas las amarraduras cayó hacia un pozo sin fondo.
Eso fue lo único que recuerdo de ella en el cuarto pequeño pero lujoso, pues yo llegué ahí en el momento de su final, pero no la quise detener, solo empeoraría las cosas.
Los factores de su ida fueron muchos más que la vana sensación de ser golpeada. Porque el dolor no es exterior, ese puede ser bloqueado por la mente. El dolor interior es el real dolor, el cual sólo se logra gracias a las otras personas, no por sí mismos, que aunque quisiéramos no nos lo podríamos infligir, pues su sufrimiento es superior al que cualquiera pudiera imaginar. Ese dolor fue el que la hizo desaparecer, el dolor de la pérdida del amor, y el dolor de la pérdida de una vida. Ella no quiso ese sufrimiento, y encontró la salida más fácil para sí misma.

Sus recuerdos fueron apareciéndose muy rápidamente, como luces de un pasado ahora perdido. Su mente miró hacia sus recuerdos de niña, cuando todavía era pura. Mas sus recuerdos eran flojos y sueltos, y entonces, empezó a recordar las veces que había sido lastimada por sus padre, que aclararé no es el mismo que el mío. Y se acordó de su peor época de niña, de su ser en el vientre por el hombre introducido sin respetar derechos.
Esto ocurrió a los diecisiete años, todavía era una adolescente. Recuerdo, pues no muy lejos esta fecha se encuentra, cuando volvió del liceo, la fuerte lluvia había dejado en ella una huella. Pero dentro de toda el agua sus ojos verdes brillaban, y sus lagrimas limpiaban por donde pasaban. No le tuvimos que preguntar lo que había pasado, no queríamos atormentarla en un momento tan triste. Las luces de la habitación estaban apagadas por que la corriente eléctrica había sido cortada por una estruendosa luz. Cuando caminó hacia adentro de la casa, se desparramó. Esa imagen quedó grabada en mi mente por años, matándome.
Cuando la llevamos al hospital, yo y mi madre, nos preocupamos más, el asesino misterio nos mataba. Su vida y la de otro estaban en peligro, y ella tuvo que decidir una de las cosas más difíciles para hacer, tuvo que decidir si asesinar o no. Su decisión fue muy obvia por su carácter, ella se arriesgó. Pero ojalá esa decisión nunca hubiera sido tomada, el bebe no había de nacer.

Las lagrimas le llenaban los ojos mientras seguía cayendo y los pensamientos seguían cambiando, por un tiempo sus recuerdos estuvieron nublados como estuvieron en su decisión, y por fin pensó en las consecuencias de su salida sin aviso. Pensó en mí, en la madre que vería pronto, y en su vida. Pero sobre todo, pensó en sus sentimientos, cuáles serían ellos cuando la salida esté a menos de un metro de distancia.
Sus pensamientos no alejaron ésta idea, y ella se empezó a arrepentir. Sus sentimientos le decían que era tiempo de decir sí a la vida, pero sus pensamientos seguían con el mismo, decían sí a otra salida. No pudo pensar en la ya cercana pérdida, su sola conexión con un pensamiento hacía que su corazón latiera para salir, y que el tiempo se adelantara para descubrir el siempre creído misterio.
Llegando al fin del camino, ella se asustó y el tiempo se paró, todo se movía tan lento. No quería ella que la muerte se acercara, sólo por miedo a lo misterioso. Todos los ideales que había tenido durante toda su vida fueron repensados, y fueron reemplazados.
El mundo se terminaba ahí, no había salida, la vida sólo tenía entrada. Nada era bueno en su vida, todo la había atormentado, todo la hacía sufrir. Mas entonces descubrió lo que era la felicidad: su utopía. Algo que si bien podía ver, no se podía tocar, ni se podía oler.
Todo misterio que alguna vez había tenido con respecto a la vida fue desvelado, toda pregunta fue respondida, todo formó sentido. Llegó a un punto de conocimiento infinito, a un lugar de felicidad. Mas ella no lograba entender que lo que sentía era esa meta inalcanzable. Ella pensaba que no era más una ilusión de las drogas que ella había tomado antes de partir hacia su víctima.
Y así, poco a poco su final se iba acercando, aunque un campo mental lo frenara, no se puede parar a la muerte.
Abrió los ojos, aquellos que habían permanecidos cerrados mientras los fantasmas de ideas cruzaban su cabeza, los mismos ojos que me habían mirado aquella tarde hace tan poco tiempo. Y al ver los pocos metros que faltaban, sus pensamientos se borraron, ya no sabía que hacer. Sólo sabía que eso se debía parar, que eso no podía pasar.
En ese momento su peor pensamiento cruzó su cabeza, un pensamiento que nunca tendría que haber aparecido. Pensó en su luz, en su bebé que tendría que haber nacido pero no lo haría por su culpa. Todo le volvía a la mente, pensó que no se tendría que haber casado con alguien para ocultar la vida de un otro, no tan rápido. Ese amor que había tenido, desaparecido estaba ahora.
Sus lagrimas tocaron el suelo, y vio una luz, y en ella había algo. Un medallón, un medallón de oro, partido.

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