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14 de Abril 2004

Fugazmente

uento: Este es un cuento que trata de una mujer que se suicida; se ven todos los pensamientos que ella tiene al estar por morir, todos los razonamientos, y todas las razones de su suicidio. Con este cuento simplemente quería demostrar el sufrimiento y el dolor, y como la mente puede ser llevada fácilmente por momentos de pena extrema. Había más cosas para decir sobre el cuento, pero en este momento no me las acuerdo.

El viento rozaba su blanca piel mientras ella caía hacia el abismo. Aunque estaba esta cubierta por el tejido blanco, con el cual toda la alegría había venido, y con la cual toda la alegría se había escapado. Su mejor sacramento este reflejaba con cierto aire de ironía. Los cabellos negros ascendían por el aire, logrando que parezcan una verdadera estela, un fantasma de su desaparición.
Los recuerdos le recorrían la cabeza con la velocidad con la cual las ventanas pasaban, yéndose de abajo hacia arriba. Estos le hacían llorar, aunque las gotas subían, dejando simplemente una línea en la cara, por la cual el frío penetraba. Pero una risa sarcástica apareció en su cara, en el turno del hombre, el hombre que al mismo tiempo que le había dado vida se la quitó, rompiéndole el amor, apagándole los sueños.
Aunque un fuego seguía encendido dentro de ella, prendido estaba este con distinto alimento. Antes amor, ahora odio, odio hacia la vida, hacia los seres, hacia quienes la mataron, la cegaron y la llevaron hacia el lugar sin retorno, que sólo podrá ser roto por el salvador, por el Mesías. Ese odio hacia la persona no puede ser descrito, es un odio de muerte, un odio asesino.
Uno que se estuvo formando en varios meses, creado por las heridas que crea el amor y el humano. Ese odio fue formado por su esposo. Ella todavía recuerda su casamiento, todas las caras hipócritas, felicitando, llorando por falsedad, sólo pensando que se habían casado y que ese era motivo de felicidad, no pensando en la realidad. Por un simple acto. La gente que no la conocía la saludaba en la mejilla susurrándole en la mente su próximo error. Pero estos avisos eran descubiertos no por muchas personas. Y ella no entraba en ese grupo, mas pronto iba entrar por la puerta dañada.
En sus primeros meses de casamiento, ellos se quisieron, como se reflejaba en sus apasionadas cenas. Mas nunca supe si realmente el la amaba o no. Mi hermana siempre lo hizo, por eso cuando su sangre empezó a correr por su pálido cuerpo ella se asustó. Muchas noches llegó a mi casa con desesperación, la luz de una nueva vida se acercaba y el esposo, al que ingeniosa y esquivamente no nombraba, no daba la menor señal de alegría, ni en su cara, ni en sus acciones. Yo la cuidaba cuando podía, pero los peores tiempos asolaban, y nuestra madre a la muerte había llegado por medio de una peste, igual que el amor de mi hermana.
Entonces por la sucesión de tristezas ella se dirigió hacia su apartamento, donde el miserable hombre se encontraba, con el vestido de novia, algo que incomprendido por mi pensamiento. Estaba cegada por un fuego, igual a cuando cometió su casamiento, tan cegada que no se acordó la responsabilidad que cargaba por obligación. Y sin pensarlo tomó el medallón de oro grabado con el signo irreal e inventado del amor, regalo de casamiento de su propio esposo, y lo lanzó por la ventana. El esposo ni se inmutó, se había quedado impactado por el golpe que la puerta había dado contra la pared llena de cuadros e imágenes. Mientras el oro atravesaba la ventana, un sacudimiento tiró todos los cuadros de su casamiento, y todos los impagables regalos que se habían entregado el día del sacramento. Pero lo más extraño fue que la llama en la chimenea que, con ayuda de los dos esposos, siempre había estado encendida, se apagó. Entonces fue cuando ella vio lo que había cometido, y notó la pena que iba continuar a la preparada muerte. Mas su mente funcionaba de forma distinta a su cuerpo, siempre lo había hecho. Mató a su esposo con la espada que había estado acarreando desde el lugar donde la idea había nacido. La sangre corría como un río sobre la madera del suelo, adentrándose en la profundidad, tapando la entrada de aire.
Por la ventana entraba el viento que le indicaba su destino, y ella no lo desafió. Entonces, sin ninguna idea corriendo por su mente, camino hacia su fin, hacia su principio. Sin nada de lo que hacía por su cabeza, ella apoyó su pie en el marco de la ventana. Vacía su mente estaba cuando se paró en la ventana y vio como todo era lúgubre, como todos las estructuras la encerraban, como todas la luces la encandilaban En ese momento su conciencia se despertó, y se dio cuenta que no podía ir para atrás, que ese era su destino. Soltando todas las amarraduras cayó hacia un pozo sin fondo.
Eso fue lo único que recuerdo de ella en el cuarto pequeño pero lujoso, pues yo llegué ahí en el momento de su final, pero no la quise detener, solo empeoraría las cosas.
Los factores de su ida fueron muchos más que la vana sensación de ser golpeada. Porque el dolor no es exterior, ese puede ser bloqueado por la mente. El dolor interior es el real dolor, el cual sólo se logra gracias a las otras personas, no por sí mismos, que aunque quisiéramos no nos lo podríamos infligir, pues su sufrimiento es superior al que cualquiera pudiera imaginar. Ese dolor fue el que la hizo desaparecer, el dolor de la pérdida del amor, y el dolor de la pérdida de una vida. Ella no quiso ese sufrimiento, y encontró la salida más fácil para sí misma.

Sus recuerdos fueron apareciéndose muy rápidamente, como luces de un pasado ahora perdido. Su mente miró hacia sus recuerdos de niña, cuando todavía era pura. Mas sus recuerdos eran flojos y sueltos, y entonces, empezó a recordar las veces que había sido lastimada por sus padre, que aclararé no es el mismo que el mío. Y se acordó de su peor época de niña, de su ser en el vientre por el hombre introducido sin respetar derechos.
Esto ocurrió a los diecisiete años, todavía era una adolescente. Recuerdo, pues no muy lejos esta fecha se encuentra, cuando volvió del liceo, la fuerte lluvia había dejado en ella una huella. Pero dentro de toda el agua sus ojos verdes brillaban, y sus lagrimas limpiaban por donde pasaban. No le tuvimos que preguntar lo que había pasado, no queríamos atormentarla en un momento tan triste. Las luces de la habitación estaban apagadas por que la corriente eléctrica había sido cortada por una estruendosa luz. Cuando caminó hacia adentro de la casa, se desparramó. Esa imagen quedó grabada en mi mente por años, matándome.
Cuando la llevamos al hospital, yo y mi madre, nos preocupamos más, el asesino misterio nos mataba. Su vida y la de otro estaban en peligro, y ella tuvo que decidir una de las cosas más difíciles para hacer, tuvo que decidir si asesinar o no. Su decisión fue muy obvia por su carácter, ella se arriesgó. Pero ojalá esa decisión nunca hubiera sido tomada, el bebe no había de nacer.

Las lagrimas le llenaban los ojos mientras seguía cayendo y los pensamientos seguían cambiando, por un tiempo sus recuerdos estuvieron nublados como estuvieron en su decisión, y por fin pensó en las consecuencias de su salida sin aviso. Pensó en mí, en la madre que vería pronto, y en su vida. Pero sobre todo, pensó en sus sentimientos, cuáles serían ellos cuando la salida esté a menos de un metro de distancia.
Sus pensamientos no alejaron ésta idea, y ella se empezó a arrepentir. Sus sentimientos le decían que era tiempo de decir sí a la vida, pero sus pensamientos seguían con el mismo, decían sí a otra salida. No pudo pensar en la ya cercana pérdida, su sola conexión con un pensamiento hacía que su corazón latiera para salir, y que el tiempo se adelantara para descubrir el siempre creído misterio.
Llegando al fin del camino, ella se asustó y el tiempo se paró, todo se movía tan lento. No quería ella que la muerte se acercara, sólo por miedo a lo misterioso. Todos los ideales que había tenido durante toda su vida fueron repensados, y fueron reemplazados.
El mundo se terminaba ahí, no había salida, la vida sólo tenía entrada. Nada era bueno en su vida, todo la había atormentado, todo la hacía sufrir. Mas entonces descubrió lo que era la felicidad: su utopía. Algo que si bien podía ver, no se podía tocar, ni se podía oler.
Todo misterio que alguna vez había tenido con respecto a la vida fue desvelado, toda pregunta fue respondida, todo formó sentido. Llegó a un punto de conocimiento infinito, a un lugar de felicidad. Mas ella no lograba entender que lo que sentía era esa meta inalcanzable. Ella pensaba que no era más una ilusión de las drogas que ella había tomado antes de partir hacia su víctima.
Y así, poco a poco su final se iba acercando, aunque un campo mental lo frenara, no se puede parar a la muerte.
Abrió los ojos, aquellos que habían permanecidos cerrados mientras los fantasmas de ideas cruzaban su cabeza, los mismos ojos que me habían mirado aquella tarde hace tan poco tiempo. Y al ver los pocos metros que faltaban, sus pensamientos se borraron, ya no sabía que hacer. Sólo sabía que eso se debía parar, que eso no podía pasar.
En ese momento su peor pensamiento cruzó su cabeza, un pensamiento que nunca tendría que haber aparecido. Pensó en su luz, en su bebé que tendría que haber nacido pero no lo haría por su culpa. Todo le volvía a la mente, pensó que no se tendría que haber casado con alguien para ocultar la vida de un otro, no tan rápido. Ese amor que había tenido, desaparecido estaba ahora.
Sus lagrimas tocaron el suelo, y vio una luz, y en ella había algo. Un medallón, un medallón de oro, partido.

Envinyatar: 14 de Abril 2004 a las 10:41 PM
Comentarios

Si alguien me lo dijera, no estaría tan seguro de creerle.

Escrito por Envinyatar a las 16 de Abril 2004 a las 11:17 PM

Nadie dijo que morir fuera fácil

Escrito por lua a las 16 de Abril 2004 a las 06:42 PM
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