arta: Querido hijo:
Estas cartas te deben estar llegando todos juntas. No sé si eso significará que yo salí de mi casa y me atreví a entregar las cartas para que te las llevaran, o que he muerto y se han encontrado todos estos papeles en el suelo. Realmente espero que sea lo primero. Las anteriores las pude dejar en el buzón, cuando el Sol brilló alguna vez. Pero ya no lo hace más y no me atrevo a salir en tanta oscuridad, sobre todo después de las noticias que me trajo tu madre.
Sí, ella volvió. Llegó hace como dos días. Era de noche, una de esas noches en las que el olor te dice que es tiempo de dormir. Yo veía entrar la oscuridad por las ventanas; las velas se apagaban muy repentinamente: tengo muchos vidrios rotos por los que entra el viento. Las tenía que prender en todo momento, aunque tengo tantas que aunque algunas se apaguen no hay ningún cambio en el ambiente.
El techo goteaba... un sonido tan estremecedor que no podía ni pensar en él. Además me hacía estar demasiado nervioso. Me había costado dormir en los últimos días (ahora que vino ya tu madre estoy más tranquilo y seguro adentro de la casa) y estaba tan cansado que seguro ya empezaba a alucinar monstruos. Veía sombras que caminaban por la casa, oía los pasos de la escalera. Así fue como me levanté de la casa una de esas noches en la que no podía dormir; justo aquella noche en la que el olor me incitaba a hacer lo que el miedo no me dejaba.
Caminé unos pasos hasta la puerta. Obviamente, las velas estaban prendidas y había mucha luz, pero ¿por qué eso me iba a quitar el miedo? Tenía el revolver en mi mano, que creo que hace varias semanas que no suelto. Miré para todos lados. Miré desde el balcón del pasillo (que conecta mi cuarto, el baño y el cuarto de mi difunta hija) pero no vi nada hacia abajo. Seguía sintiendo ruidos de la escalera, como quejidos de la misma naturaleza muerta que había construido nuestra casa.
Me tropecé con algo blando, como carne humana. Miré en seguida pero mi cuerpo no me dejaba ver. Al pararme vi el cuerpo de tu madre, tirado en el piso, como desmayado. La agarré en brazos y bajé a la cocina. Le mojé la cara y le intenté darle de comer y de tomar. Cuando vi que mis intentos fueron totalmente fallidos la llevé a mi cuarto y la acosté en la cama.
Cuando se levantó a la mañana siguiente, estaba con los ojos muy rojos, como si hubiera estado mirando a una pantalla muchísimo tiempo. Me narró lo que había sucedido afuera: salió y vio a su hija, pero era distinta y ella tuvo miedo, con lo que salió corriendo; tropezó y se perdió entre los pastos. Vivió mucho tiempo comiendo de lo que encontraba, mayormente animales muertos. Las ropas habían vuelto totalmente deshechas y mojadas. Tenía sangre en muchas partes del cuerpo que, según ella, fueron provocados por animales salvajes: dice que hay muchos ahora en nuestro campo. Pero hay uno que es el peor de todos: nuestra hija.
Espero no ponerte más mal de lo que puedes llegar a estar.
Te quiero,
arta: Voy a poner todas las cartas juntas en este post puesto que dentro de poco las continuaré y no sólo me sirve a mí para recordar de qué iba, sino a ustedes también. Además, les hice de paso algunas correcciones de errores estúpidos o cosas sin sentido.
Querido hijo:
Discúlpame que tanto tiempo pasó desde mi última carta, estoy teniendo problemas con mi trabajo y no tengo mucho tiempo libre. Las cosechas no están funcionando, todas se destruyen, como si algo hubiera en el aire. Tengo que arreglar eso.
Tenía que escribirte. Tu hermana, me refiero a Sofía, la hija de Laura y mía, está muy enferma. No ha podido ir al colegio y estuvo acostada desde hace dos semanas. No te lo dije antes porque parecía ser pasajero. El médico vino a casa y dejó unos medicamentos, tratando de darme unas pocas palabras de consuelo; ninguna sirvió. Ya me están saliendo lágrimas. No está muy bien ella. La veo toser mucho, hasta a veces tiene como ataques por la noche y la pobre criatura no puede dormir. Pero yo tengo miedo de entrar a su cuarto, yo sé que hay algo en el aire. Su madre entra y yo le pido que no lo haga más, pero tan terca ella no quiere dejar a su hija.
Estuvo lloviendo toda la semana. Eso también me asusta. Tengo miedo que se venga una inundación. Si puedes venir, te lo pido por favor, necesito de alguien que me ayude a dejar todo preparado por las dudas. La tormenta estoy seguro no va a parar. Capaz le pido ayuda a Jorge, estoy seguro que el estaría a mi disposición. Ya veré.
Espero verte, te extraño,
Querido hijo:
Qué suerte que todo anda bien por ahí. Acá todo sigue igual desde tu visita. No ha parado de llover, pero ya estoy preparado ahora para cualquier emergencia. Sin embargo no parece que algo malo se avecine. Cada día parece que el Sol lucha por intentar salir, pero todavía no puede.
Ella sigue peor. Está muy blanca, su respiración es muy profunda: parece asustada. Como no ha dormido desde que viniste el contorno de sus ojos se oscurece cada vez más. Grita ahora por las noches; por el día también. A veces las frases tienen sentido, a veces parecen en otro lenguaje, y a veces ni siquiera se pueden pronunciar; pero siempre todos sus gritos tienen un mensaje. Su madre ahora sólo entra al cuarto para dejarle la comida. La niña casi ni se mueve cuando le dan algo, aunque ella come sola. Le abrimos la ventana un día (en realidad fue su madre la que se la abrió, pero yo fui el que dio la idea) y dejamos que el viento entrara, pero la lluvia no. El viento cerró tan fuerte la ventana, las cortinas y la puerta, que varias cosas en el cuarto se rompieron. Ahí estaba esa vasija de la abuela, una lástima.
No creo que te pueda decir nada más. Por lo menos ahora las cosechas dan frutos, gracias por ayudar. Espero que escribas para saber como todo va en tu casa.
Te quiero,
Querido hijo:
Lamento ser yo el que traiga malas noticias; quizás ya te llegaron, algunos dicen que las malas noticias viajan más rápido que lo que nos podemos imaginar. (Escribe un poco sobre lo que podría haber pasado) Estoy seguro que esto que te cuento no es algo que viene sólo -la gente dice que las muertes vienen de a tres-, así que no te esperes noticias buenas muy pronto. Espero que vengas para acá, te necesitamos otra vez; pero ni siquiera te he dicho para qué, la memoria ya me falla. Tu hermana ha muerto, o por lo menos eso parece. (Empieza a introducir lo que pasó, me cuenta que fue la noche del lunes, y que ese día había empezado a llover de vuelta.)
Ella seguía tan mal como antes, un poco más pálida ahora, pero claro, si hacía tiempo que no tocaba el Sol. Sus sabanas permanecían lánguidas sobre su cuerpo como un modelo de ella. La luz de la Luna entraba por la ventana todas las noches, pero se iba pronto, casi como si ella no se animara a entrar ahí tampoco. Tu madre desde aquel grito no entró más (acá no me acuerdo bien qué dice, pero me explica un poco el grito, que pasó cuando su madre entró en el cuarto a darle de comer).
Ella estaba sola, y parecía sentirlo. Todas las noches gritaba llamando nuestros nombres, para ver si aparecíamos. Así ella se comunicaba con nosotros. Nos contaba cómo estaba; ya había dejado de gritar por los días, las últimas noches no pudimos dormir tratando de escuchar lo que decía.
Aquella noche, por la que empecé, no era distinta las otras excepto por la lluvia; ella gritó, demasiado fuerte. No era un grito de terror, ni creado para asustar, era algo que nunca habíamos oídos, algo peor que todo lo que podrías imaginar, nos gritó por ayuda; lo gritó demasiado fuerte. Los truenos resonaban a su compás. Su madre no pudo evitar y entró en la oscura habitación. (No recuerdo que decía, creo que era un descripción. El cuarto era oscuro, la ventana estaba abierta, los campos se habían marchitado, el frio recorría la habitación, los objetos del cuarto estaban caídos, las sábanas estaban desordenadas, y quizás algo más.)
Cuando su madre se acercó, mi hija le empzó a murmurar cosas, muy suave, no eran muy entendibles, pero por lo que mi memoria, que ya varias veces falla, puede recordar era algo así como: "¡Ayuda!, me caigo, nos caemos. Todos nos vamos. Me tiran a mi primera. Las murallas no aguantan, mejor tirarlas. Ni la Luna ya ilumina. Rompan las murallas." A esto siguió un grito que casi rompe los vidrios, tan ensordecedor que no puedo describirlo. Me hizo acercar a mi también.
Entré de a poco, pero pronto me tuve que retirar un paso por (no recuerdo si era un "por" o un "porque"; mi memoria me bloquea lo que sigue). (Él dijo:) "Respira, respira, pronto. El aire no se va, por la ventana entra." Ella, con sus voz superior ni esperó para la finalización de mi frase: "La ventana se lleva el aire, el cielo ya me quiere pronto." Se calmó. Sus sábanas otra vez quedaron quietas, aunque todavía se movía un poco la parte de las rodillas. "Ayuda, es lo único que les pido, ni eso me cumplen. Me dejaron sola, todo este tiempo. Luego. Esperen, acá no puedo. Ayuda. ¡Ayuda! Se los ruego." Se intentó levantar de la cama, pero se cayó. Al hacerlo abrazó mis rodillas. "Mírame, apiádate. Tú cállate. Tendida a tus pies. Estás molesto ahora. ¡NO! Sólo me puse en sus rodillas. Véte." (Ya no sé lo que acá pasó, no quiero recordarlo.)
La sombra cubrió toda la habitación, en la cama ella tendida, susurró otra vez por ayuda, y al no conseguirla, gritó, hasta que un último sonido salíó de su boca: "Ayuda, ¿tan difícil es?". Cerró sus ojos con asombrada calma. Lo que pasó después me es difícil de contar. La ventana que habíamos cerrado -la que daba a las cosechas- se abrió rompiendo los vidrios. Se escucharon ruidos. Los animales que teníamos murieron, el perro ladró en el portal de la muerte, las cosechas se ahogaron; la lluvia entro y lavó el cuarto. Ella pareció haber regresado y gritó. Nos fuimos y cerramos la puerta. Nunca más pudimos dormir. Ella está en su cama tendida, pero muerta; la hemos revisado todos los días -las noches no nos atreveríamos-, sigue muerta.
Queremos que vengas a su velorio y funeral, espero que puedas, necesitamos de tí. Todo está preparado. Su lápida fue escrita con sus palabras.
Te quiero,
Querido hijo:
Bueno no sé qué contarte. Espero que hayas llegado bien. Yo no. Aunque no la hayamos enterrado lejos de casa; quizás esa es la razón. Mis miedos continúan. Sobre todo después de lo que pasó en el velorio. Que sonido más terrible, que vista más horrible. Creo que quedará para siempre en mi mente. Tengo miedo. Cuando llegué a la casa enseguida cerré las puertas y ventanas, y las tengo muy observadas desde que te fuiste. He puesto tablas y he tratado de que ni la luz entre. Esto tu madre no lo ha tomado bien y dice que las saque ya. Yo tengo miedo, aunque sepa que yo duro para siempre, y ella siempre es como fue, con demasiada confianza en los demás. La encontré unas dos veces sacando tablas, y otras más encontré ventanas abiertas (necesito estar encaminado, no puedo no estar encerrado); cuando esto pasa siento el olor que entra, y unas pocas hasta me dio el tiempo para hacer una idea de como quedaron las cosechas después de lo del velorio: están mejor pero diría que van a empeorar. De la lluvia no puedo decir nada, encerrado no oigo ni veo nada, pero quién sabe si es nada lo que ocurre. Tengo miedo.
Te quiero,
Querido hijo:
He visto hoy lo que uno quizá no vaya a ver en toda su vida. He sentido el frío que todos vamos a llegar a experimentar, pero he sobrevivido; casi transmito el frío, pero el calor fue demasiado. Pocos alimentos ya nos quedan desde la última vez, cuando me animé a salir para no morirnos de hambre y de sed. Mas eso no importa ni cambia nada.
Tu madre se ha escapado de la casa. Pasó aquello aquel día, nublado estaba, cuando unas pocas gotas parecían caer, aunque lo deducía sólo por el sonido ya que no podía ver el exterior, donde los cultivos se pudren. Alguien llamó a la puerta. Fueron siete golpes, cada uno más fuerte que el anterior. Yo no quise abrir la puerta, y mi esposa tampoco, no parecía en ese momento tener tantas ganas de escapar.
Un hediondo olor entró por todos los pequeños lugares por los cuales ni la luz pasaba. Quizá el olor es indescriptible, pero era parecido a algo que había estado muerto por mucho tiempo; demasiado tiempo. No era sólo eso, sino que también el olor humano entraba por todo el cuarto y nos asfixiaba.
Ahí fue cuando los gritos se empezaron a sentir otra vez, era una niña la que gritaba, con una voz muy parecida a la de mi hija. Pedía por la salvación, rogaba a alguien que según por sus palabras se encontraba en el cielo, para que nunca llegara a aquella perdición a la que todos estamos condenados. Tu madre tan sentimental, no aguantó, y pronto fue hacia el primer piso y empezó a romper las tablas de la puerta. Yo, con poca velocidad, fui y la empujé de la puerta. Ella se cayó al piso. Casi no se podía levantar. Por su cara me di cuenta que había algo que la asustaba. La dejé ir, y cerré la puerta con rapidez.
Ahora tengo miedo de que algo le pase a ella. No sé si he hecho bien. Espero tu consejo.
Te quiero,
arta: (Para los que todavía no se dieron cuenta, estas cartas no son verdad, son parte de un "juego" que creé yo para divertirme con estos escritos. Sin embargo, no quiere decir que los textos carezcan de mensaje y significado.)
Querido hijo:
He visto hoy lo que uno quizá no vaya a ver en toda su vida. He sentido el frío que todos vamos a llegar a experimentar, pero he sobrevivido; casi transmito el frío, pero el calor fue demasiado. Pocos alimentos ya nos quedan desde la última vez, cuando me animé a salir para no morirnos de hambre y de sed. Mas eso no importa ni cambia nada.
Tu madre se ha escapado de la casa. Pasó aquello aquel día, nublado estaba, cuando unas pocas gotas parecían caer, aunque lo deducía sólo por el sonido ya que no podía ver el exterior, donde los cultivos se pudren. Alguién llamó a la puerta. Fueron siete golpes, cada uno más fuerte que el anterior. Yo no quise abrir la puerta, y mi esposa tampoco, no parecía en ese momento tener tantas ganas de escapar.
Un hediondo olor entró por todos los pequeños lugares por los cuales ni la luz pasaba. Quizá el olor es indescriptible, pero era parecido a algo que había estado muerto por mucho tiempo; demasiado tiempo. No era sólo eso, sino que también el olor humano entraba por todo el cuarto y nos asfixiaba.
Ahí fue cuando los gritos se empezaron a sentir otra vez, era una niña la que gritaba, con una voz muy parecida a la de mi hija. Pedía por la salvación, rogaba a alguien que según por sus palabras se encontraba en el cielo, para que nunca llegara a aquella perdición a la que todos estamos condenados. Tu madre tan sentimental, no aguantó, y pronto fue hacia el primer piso y empezó a romper las tablas de la puerta. Yo, con poca velocidad, fui y la empujé de la puerta. Ella se cayó al piso. Casi no se podía levantar. Por su cara me di cuenta que había algo que la asustaba. La dejé ir, y cerré la puerta con rapidez.
Ahora tengo miedo de que algo le pase a ella. No sé si he hecho bien. Espero tu consejo.
Te quiero,
arta: (Decidí ya no escribir nada acá porque ya me parece que no tiene sentido.)
Querido hijo:
Bueno no sé qué contarte. Espero que hayas llegado bien. Yo no. Aunque no la hayamos enterrado lejos de casa; quizás esa es la razón. Mis miedos continúan. Sobre todo después de lo que pasó en el velorio. Que sonido más terrible, que vista más horrible. Creo que quedará para siempre en mi mente. Tengo miedo. Cuando llegué a la casa enseguida cerré las puertas y ventanas, y las tengo muy observadas desde que te fuiste. He puesto tablas y he tratado de que ni la luz entre. Esto tu madre no lo ha tomado bien y dice que las saque ya. Yo tengo miedo, aunque sepa que yo duro para siempre, y ella siempre es como fue, con demasiada confianza en los demás. La encontré unas dos veces sacando tablas, y otras más encontré ventanas abiertas (necesito estar encaminado, no puedo no estar encerrado); cuando esto pasa siento el olor que entra, y unas pocas hasta me dio el tiempo para hacer una idea de como quedaron las cosechas después de lo del velorio: están mejor pero diría que van a empeorar. De la lluvia no puedo decir nada, encerrado no oigo ni veo nada, pero quién sabe si es nada lo que ocurre. Tengo miedo.
Te quiero,
arta: Mi padre me ha enviado una carta más. Derramé lágrimas sobre esta; hay partes que no pude entender después de que la hoja estuviera seca, pero resumí lo que esa parte decía (en este momento no me acuerdo bien qué era) entre paréntesis.
Querido hijo:
Lamento ser yo el que traiga malas noticias; quizás ya te llegaron, algunos dicen que las malas noticias viajan más rápido que lo que nos podemos imaginar. (Escribe un poco sobre lo que podría haber pasado) Estoy seguro que esto que te cuento no es algo que viene sólo -la gente dice que las muertes vienen de a tres-, así que no te esperes noticias buenas muy pronto. Espero que vengas para acá, te necesitamos otra vez; pero ni siquiera te he dicho para qué, la memoria ya me falla. Tu hermana ha muerto, o por lo menos eso parece. (Empieza a introducir lo que pasó, me cuenta que fue la noche del lunes, y que ese día había empzado a llover de vuelta.)
Ella seguía tan mal como antes, un poco más pálida ahora, pero claro, si hacía tiempo que no tocaba el Sol. Sus sabanas permanecían lánguidas sobre su cuerpo como un modelo de ella. La luz de la Luna entraba por la ventana todas las noches, pero se iba pronto, casi como si ella no se animara a entrar ahí tampoco. Tu madre desde aquel grito no entró más (acá no me acuerdo bien qué dice, pero me explica un poco el grito, que pasó cuando su madre entró en el cuarto a darle de comer).
Ella estaba sola, y parecía sentirlo. Todas las noches gritaba llamando nuestros nombres, para ver si aparecíamos. Así ella se comunicaba con nosotros. Nos contaba cómo estaba; ya había dejado de gritar por los días, las últimas noches no pudimos dormir tratando de esuchar lo que decía.
Aquella noche, por la que empezé, no era distinta las otras excepto por la lluvia; ella gritó, demasiado fuerte. No era un grito de terror, ni creado para asustar, era algo que nunca habíamos oídos, algo peor que todo lo que podrías imaginar, nos gritó por ayuda; lo gritó demasiado fuerte. Los truenos resonaban a su compás. Su madre no pudo evitar y entró en la oscura habitación. (No recuerdo que decía, creo que era un descripción. El cuarto era oscuro, la ventana estaba abierta, los campos se habían marchitado, el frio recorría la habitación, los objetos del cuarto estaban caídos, las sábanas estaban desordenadas, y quizás algo más.)
Cuando su madre se acercó mi hija le empzó a murmurar cosas, muy suave, no eran muy entendibles, pero por lo que memoria que ya varias veces falla, puede recordar era algo así como: "¡Ayuda!, me caigo, nos caemos. Todos nos vamos. Me tiran a mi primera. Las murallas no aguantan, mejor tirarlas. Ni la Luna ya ilumina. Rompan las murallas." A esto siguió un grito que casi rompe los vidrios, tan ensordecedor que no puedo describirlo. Me hizo acercar a mi también.
Entré de a poco, pero pronto me tuve que reitrar un paso por (no recuerdo si era un "por" o un "porque"; mi memoria me bloquea lo que sigue). (Él dijo:) "Respira, respira, pronto. El aire no se va, por la ventana entra." Ella, con sus voz superior ni esperó para la finalización de mi frase: "La ventana se lleva el aire, el cielo ya me quiere pronto." Se calmó. Sus sábanas otra vez quedaron quietas, aunque todavía se movía un poco la parte de las rodillas. "Ayuda, es lo único que les pido, ni eso me cumplen. Me dejaron sola, todo este tiempo. Luego. Esperen, acá no puedo. Ayuda. ¡Ayuda! Se los ruego." Se intentó levantar de la cama, pero se cayó. Al hacerlo abrazó mis rodillas. "Mírame, apiádate. Tú cállate. Tendida a tus pies. Estás molesto ahora. ¡NO! Sólo me puse en sus rodillas. Véte." (Ya no sé lo que acá pasó, no quiero recordarlo.)
La sombra cubrió toda la habitación, en la cama ella tendida, susurró otra vez por ayuda, y al no conseguirla, gritó, hasta que un último sonido salío de su boca: "Ayuda, ¿tan dificil es?". Cerró sus ojos con asombrada calma. Lo que pasó después me es difícil de contar. La ventana que habíamos cerrado -la que daba a las cosechas- se abrió rompiendo los vidrios. Se escucharon ruidos. Los animales que teníamos murieron, el perró ladró en el portal de la muerte, las cosechas se ahogaron; la lluvia entro y lavó el cuarto. Ella pareció haber regresado y gritó. Nos fuimos y cerramos la puerta. Nunca más pudimos dormir. Ella está en su cama tendida, pero muerta; la hemos revisado todos los días -las noches no nos atreveríamos-, sigue muerta.
Queremos que vengas a su velorio y funeral, espero que puedas, necesitamos de tí. Todo está preparado. Su lápida fue escrita con sus palabras.
Te quiero,
arta: Otra carta de mi padre. Lo noto más contento. Quizá todo se mejore.
Le ayudó que lo haya visitado; lo dejé contento.
Querido hijo:
Qué suerte que todo anda bien por ahí. Acá todo sigue igual desde tu visita. No ha parado de llover, pero ya estoy preparado ahora para cualquier emergencia. Sin embargo no parece que algo malo se avecine. Cada día parece que el Sol lucha por intentar salir, pero todavía no puede.
Ella sigue peor. Está muy blanca, su respiración es muy profunda: parece asustada. Como no ha dormido desde que viniste el contorno de sus ojos se oscurece cada vez más. Grita ahora por las noches; por el día también. A veces las frases tienen sentido, a veces parecen en otro lenguaje, y a veces ni siquiera se pueden pronunciar; pero siempre todos sus gritos tienen un mensaje. Su madre ahora sólo entra al cuarto para dejarle la comida. La niña casi ni se mueve cuando le dan algo, aunque ella come sola. Le abrimos la ventana un día (en realidad fue su madre la que se la abrió, pero yo fui el que dio la idea) y dejamos que el viento entrara, pero la lluvia no. El viento cerró tan fuerte la ventana, las cortinas y la puerta, que varias cosas en el cuarto se rompieron. Hay estaba esa vasija de la abuela,, una lástima.
No creo que te pueda decir nada más. Por lo menos ahora las cosechas dan frutos, gracias por ayudar. Espero que escribas para saber como todo va en tu casa.
Te quiero.
arta: Hoy recibí una carta de mi padre. Preocupante realmente. En ella me pide ayuda, no sé que hacer. Quizás lo vaya a ver, quizás no. Estoy muy procupado ahora, tengo muchas cosas para hacer, no debería ir...
Querido hijo:
Discúlpame que tanto tiempo pasó desde mi última carta, estoy teniendo problemas con mi trabajo y no tengo mucho tiempo libre. Las cosechas no están funcionando, todas se destruyen, como si algo hubiera en el aire. Tengo que arreglar eso.
Tenía que escribirte. Tu hermana, me refiero a Sofía, la hija de Laura y mía, está muy enferma desde hace dos semanas. No ha podido ir al colegio y estuvo acostada desde hace dos semanas. No te lo dije antes porque parecía ser pasajero. El médico vino a casa y dejó unos medicamentos, tratando de darme unas pocas palabras de consuelo; ninguna sirvió. Ya me están saliendo lágrimas. No está muy bien ella. La veo tocer mucho, hasta a veces tiene como ataques por la noche y la pobre criatura no puede dormir. Pero yo tengo miedo de entrar a su cuarto, yo sé que hay algo en el aire. Su madre entra y yo le pido que no lo haga más, pero tan terca ella no quiere dejar a su hija.
Estuvo lloviendo toda la semana. Eso también me asusta. Tengo miedo que se venga una inundación. Si podés venir, te lo pido por favor, necesito de alguien que me ayude a dejar todo preparado por las dudas. La tormenta estoy seguro no va a parar. Capaz le pido ayuda a Jorge, estoy seguro que el estaría a mi disposición. Ya veré.
Espero verte, te extraño.
arta: Y aquí empiezo una nueva historia, con una nueva categoría que se llama Cartas.
La idea es esta: voy a escribir (en todo el post) como si fuera otra persona, que está recibiendo cartas de otra persona; siempre van a ser las mismas personas, y entonces por medio de las cartas voy a empezar a narrar una historia, donde el que escribe la carta pone todos sus sentimientos y todo lo que pasó, y quizá pide ayuda. Después más tarde, quizá, voy a poner cartas que van a ser las respuestas mías (o sea del "yo" inventado). Esto no más para explicar, dentro de unas horas, o mañana, publico la primer carta, y así empiezo la historia.